Desempolvando el baúl de los recuerdos

Tengo un problema. Me cuesta deshacerme de las cosas. Y si tienen un valor sentimental, peor. Y para mí casi todo significa algo. ¿Así que qué hago? Las voy guardando.

Cuando era adolescente, primero lo hacía en cajas de zapatos; después en cajas bonitas de cartón. Mi sueño era que me compraran uno de esos baúles de madera con olor a cedro y corazones tallados, pero tuve que conformarme con un pinche tupperware de plástico gigante, de esos que venden en las ferreterías, y que aún tengo. Aunque ya perdí un poco la costumbre de ir acumulando cosas y descubrí el placer de botar aquello que no tiene ningún fin práctico, el baúl está que se desborda. La tapa ya no le cierra y al parecer ya no le cabe un dibujo, una tarjeta ni una foto más.

El otro día estaba buscando algo, que entre tanto chéchere no encontré, pero estas son algunas de las joyas que sí aparecieron:

• Un pedazo del papel de pared del cuarto de mi infancia, antes de que lo remodelaran a finales de los años 80.

• Volantes de la Cruzada Civilista, circa 1987, instándonos a usar pito, paila y pañuelo, y a boicotear los negocios de los esbirros de Noriega.

• Mi monchichi, el más preciado de mis peluches. Recordé la fase en que proclamaba que los muñecos tienen sentimientos y mi hermano le pegaba al mío para hacerme llorar…

• Una enorme cartulina amarillenta que dice con coloridas letras infantiles “¡Bienvenida Sarita!”. No me acuerdo de dónde venía, ni cuándo ni quién me recibió, pero me emociona ver que alguien me esperaba con suficiente alegría como para esmerarse en eso.

• Un visor con filtro para ver el eclipse solar de 1991. Puedo usarlo la próxima vez que haya un fenómeno como este.

• El birrete de mi graduación. Eso sí no tiene otro uso.

• Una camiseta de Operación Causa Justa (aka la invasión).

• La primera edición del milenio de La Prensa, con noticias de la reversión del Canal en primera plana. Tal vez se vuelva una pieza de colección. Voy a consultar en eBay.

• Un collar hecho de bolitas de papel de aluminio. No me pregunten; no tengo ni idea de qué es.

• Montones de cartas. Wow, yo sí era diligente enviando y contestando mi correspondencia. Eso me recordó que había una época en que la gente se tomaba el tiempo y la molestia de comprar tarjetas, escribirlas, ponerles estampillas y mandarlas por correo. ¡Hoy en día a la gente le da pereza hasta contestar un chat!

• Casetes de audio. Mato por ver qué contienen, pero no sé dónde encontrar una casetera que sirva en pleno año 2017.

• Todos mis boletines escolares, desde primer grado hasta sexto año. Se los voy a mostrar a mis hijos, a ver si se inspiran un poco en ser mejores estudiantes.

También encontré una piedra, que también desconozco su origen, lo que me puso a pensar. Es chistoso cómo vamos cambiando con el tiempo, y cosas materiales que un día representaron lo suficiente como para conservarlas para el futuro, llega un momento en que ya no significan nada…

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