El susto de mi vida

Aventura Mall, Miami, estaba, como era de esperar la noche antes de Navidad, en ebullición; las personas como hormigas de un lado a otro, haciendo sus compras de última hora.

Yo no pensaba estar ahí. Solo con ver la fila de carros daba pereza acercarse al centro comercial, pero quería complacer a mis hijos y a mi mamá con sus encargos antes de regresarme a Panamá. Así que dejé el carro en valet parking y me bajé.

Ya había entrado a American Eagle; me faltaba recoger los lentes de mi papá. Caminaba tranquila, marinándome en el ambiente festivo, chateando por el celular, cuando escuché los gritos y sentí la estampida de gente. Voltee a ver, mi corazón se saltó un latido y después casi le da un infarto.

No entendía lo que estaba pasando, pero empecé a correr también, suponiendo que más atrás, de donde venía esa marea humana, había algún lunático o terrorista haciendo un desastre.

La gente se tiraba dentro de los almacenes buscando refugio. Hice lo mismo, justo antes de que cerraran la puerta, y todos nos atrincheramos lo más atrás que pudimos.

Quería avisarle a mi familia lo que estaba pasando, pero tampoco los quería asustar. ¿Será que les mando un mensaje diciéndoles que los quiero mucho? No, eso era demasiado cliché. Y si me moría (¡Dios libre!), lo último que quería era que mi voice note se tornara viral y empezara a circular en todos los grupos de Whatsapp. Así que le chatee a mi hermana para que estuviera al tanto de lo que pasaba.

El desconcierto era total; nadie sabía qué estaba pasando, pero se especulaba que había uno o varios shooters dentro del centro comercial. De pronto, más gritos, y terminamos todos apretujados en el depósito del almacén. Algunos lloraban, otros estaban en silencio, y claro, no faltaba quien se tiraba su Facebook Live. ¡Ay, los tiempos en que vivimos! Yo imaginaba que en cualquier momento iba a entrar un encapuchado armado a disparar a la gente arbitrariamente, así, como uno solo ve en las noticias y películas. Así que dije: “Diosito, por favor no me dejes morirme aquí”. (Además de que si me hubiera pasado algo, mi mamá JAMÁS se hubiera perdonado el haberme mandado al mall por unos lentes).

Voy a sacarlos del suspenso e irme al final de la historia y decirles que resultó ser una falsa alarma. No supimos qué fue lo que pasó, pero el pánico, el miedo y el susto fueron muy reales. Y menos mal, porque de lo contrario no sé ni qué hubiera pasado. Donde yo estaba, la gente corría para todos lados, el gerente del almacén donde me metí no sabía qué hacer ni a quién llamar. La verdad creo que paré en el lugar equivocado, porque mi amiga Joy, por su parte, también estaba en el mall comprando un cargador en la tienda Apple. Allá los reconfortaron a todos, les dijeron que no se preocuparan porque el vidrio de la tienda es blindado, tenían disponible cargadores para el celular, wifi gratis, les ofrecieron botellitas de agua y hasta les sirvieron paquetitos de frutas secas.

Nos desalojaron a todos por las puertas traseras de los almacenes. Afuera había policías, bomberos y helicópteros. Obviamente, la gente del valet parking no estaba, no había dónde tomar un taxi y nadie me quería llevar.

Pero si creen que esto fue lo más increíble de la historia, se equivocan. Continúo mi relato la próxima semana…

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