Los pollitos dicen…

Una vez más salgo de un cumpleaños con una bolsita de papel marrón en las manitos de mi hijo. El cuidado con el que lo agarra, los agujeros en el mismo y el piar descontrolado delata su contenido: pollito número 521.

¿Será que regalar pollitos como sorpresitas es una práctica que nunca va a pasar de moda? Recuerdo la felicidad que sentía yo cuando me ganaba uno en un cumpleaños. Mi mamá no me dejaba tener mascotas más evolucionadas, así que yo trataba a mis pollitos como si fueran perros: les ponía nombre, les decoraba su casita (caja) y hasta les ponía una correa (una hebra de lana) para pasearlos por la casa.

Por alguna razón, la mayoría se “moría” de forma misteriosa mientras yo estaba en la escuela. Esa era el pretexto convenientemente fabricado para regalar y despachar los pollitos sin que me diera cuenta o pudiera protestar. Nunca cuestioné que los pollitos se morían solamente dentro de ese horario de 7:00 a 3:00.
Ahora que tengo hijos, los pollitos siguen llegando a la casa. Algunos han durado hasta que les han salido plumas de gallina; otros hasta que se les asomaron las crestas y empezaron a dar su primeras cacareadas de gallo. Como sea, es un milagro que duren tanto tiempo considerando el abuso que sufren en manos de los niños. Es sin querer queriendo, pero igual.

Las historias de terror abundan, no solo en mi casa: una mamá pilló a su hijo soltando un pollito desde la mesa diciéndole “vuela pollito, vuela”; uno de mis hijos metía los pollitos dentro de su carrito, de esos que tenían un compartimiento debajo del asiento, y los llevaba a pasear por toda la casa; otro decidió que quería un pollito de otro color que no fuera amarillo y lo pintó con un marcador… Pobres pollitos. Por eso tarde o temprano también los regalo. Pero ni así se salvan. Una vez llevé los pollitos a la casa de playa de los abuelos a ver si vivían una mejor vida, pero durante la noche se los comió una zorra.

Pero no todo es malo. En otra ocasión uno de mis hijos se ganó un conejo en un cumpleaños, y a la semana siguiente le regalaron un pollito en otro. Pensé que iba a ser catastrófico poner a ambos animales a convivir en el mismo espacio, pero ¡sorpresa! Cuando el pollito vio al conejo creyó que se reencontró con su mamá gallina, así que se acurrucaba para dormir bajo su calor y lo seguía por toda la lavandería. Eran escenas muy tiernas, hasta que el pollito creció y se le veía la cara de fastidio al conejo por tener a una gallina encima…

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