Una tarde para dar

Hace una semana fui colada a una actividad muy bonita que organizó mi hijo de 13 años.

Él quería hacer una buena acción y Demo, como le dicen de cariño a Demóstenes, uno de sus profes en la escuela, de esos que se ganan el aprecio y respeto de todos sus alumnos, lo ayudó a planear una visita al Hogar de la Infancia.

Este es un albergue cerca del Mercado de Marisco donde casi una treintena de niños son acogidos por hermanas bethlemitas que los atienden, educan y nutren con cariño y alimentos.

La hermana Luz me contó que algunos niños son huérfanos de padre, otros de madre, pero la mayoría provienen de hogares que carecen de los medios económicos suficientes para que sus necesidades básicas sean cubiertas.

Empacamos emparedados, suficientes pastillas como para un cumpleaños, ropa en buen estado, implementos de aseo y muchas ganas de llevarles alegría a estos
niños.

Tuvimos la suerte de contar con Benjamín Eisenman, quien cautivó con sus trucos de ilusión y magia a esta joven audiencia, las monjas y las voluntarias que ahí estaban.

Por mi parte, también fui éxito, no por ningún talento en particular, sino gracias a mi celular. Puse la aplicación de Snapchat y los más pequeños se deleitaron viendo sus caritas en la pantalla transformarse en alienígenas, hippies barbudos y perritos lengua afuera. Todos querían ser parte de eso. (Me dio felicidad que finalmente le encontré un uso de provecho a la mentada aplicación).

Qué bien cuando surge la oportunidad de ayudar a los demás, y más bonito aún aprovecharla, porque es algo que todos podemos hacer en mayor o menor medida.

Me alegré mucho de haber ido con mi hijo y su grupito. Ese día estaba lloviendo, había tranque, y para ser absolutamente sincera, cuando llego a mi casa, me quito los zapatos y me pongo las chancletas, no me dan ganas de ir a ningún lado. Pero creo que apoyar a nuestros hijos en iniciativas como esta, así sea solo con nuestra presencia, alienta y ayuda a fortalecer en ellos el sentido de compromiso hacia los demás.

Cuando salimos, a mi chiquitín de seis años, quien dos horas antes había estado emocionado acomodando las pastillas en una mesa dentro del hogar, se le cayeron unas tarjetas que llevaba en la mano en un charco de agua gris sobre la acera.

Le vi la cara, y sé que cuando usualmente hubiera llorado, en ese momento las recogió con mi ayuda y la promesa de lavarlas cuando llegáramos a la casa,
Creo que sí es posible lograr eso de contrarrestar oscuridad, trayendo luz al mundo.

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