Ángeles o diablos

Ahora que los chiquillos vuelven a clases, anda todo el mundo ocupado comprando útiles, midiendo uniformes, alistando mochilas y demás.

Aunque todo ese trajín agobia un poco a las mamás, para los niños el estrés es peor. ¿Les irá bien en la escuela? ¿Harán nuevos amigos? ¿Tendrán una buena silla en el salón? ¿Les tocará un casillero de fácil acceso o van a tener que agacharse a cada rato para sacar libros del que está en el piso?

Aparte de todas esas interrogantes tienen que cruzar los dedos para que les toquen buenos maestros. No me refiero a maestros que dominen las materias que enseñan, sino maestros llevaderos, que tengan paciencia y buen corazón.

Yo puedo hablar de varios. Algunos me hicieron la vida miserable, y otros eran una maravilla. Como sea, dejaron su huella y aún los recuerdo.

La maestra Rosa fue mi maestra de primer grado y era mala, mala, mala. Gritona y amargada. Y fea. Un día nos mandó a llevar fichas o cosas que pudiéramos usar para practicar sumas, restas y agrupaciones. Lo único que conseguí en la farmacia eran soldaditos verdes. Ya en el salón, cada vez que había que poner o quitar fichas, me regañaba, “deja de jugar con los soldados”. ¡Yo no estaba jugando! Maestra, ya pasaron treintitantos años y todavía me acuerdo de su nombre y apellido. No sé si aún esté viva, ¡pero le digo que ninguna criatura de 6 años merece tener una maestra tan mala!

Después de un primer grado tan nefasto, el destino se reinvindicó con mi salón y tuvimos la dicha de tener a la maestra Elsa de consejera en segundo y tercer grado. Era tan buena y dulce, que me recuerda a la maestra Jimena de la novela Carrusel. La queríamos tanto que hasta le decíamos ‘mami’.

En secundaria estaba el profesor Juan, de Contabilidad. Era lo máximo. Siempre estaba reído, decía chistes malos y cuando le tocaba vigilarnos para que nadie se copiara en los bimestrales, iba de puesto en puesto soplando respuestas a quien él estimaba.

La teacher Martha es otra a quien quise mucho, aunque para el tamañito que tenía, se le desbordaba el carácter. Un día casi le da con una escoba a uno de los pelaos del salón que se estaba portando mal.

En Educación Física la profesora Vielka… Ay profa… Cuando voy a la escuela de mis hijos y la veo tan alegre y me saluda tan cordial, me cuesta creer que esta era la que parecía sargento militar y nos ponía a hacer el test de Cooper y correr sin misericordia alrededor del campo hasta que tuviéramos los cachetes inflados.

Otra que recuerdo bien es la profesora Fulvia. Nunca voy a olvidar su maña de hacerle preguntas a los alumnos que dejaba castigados afuera del salón. Un día llegué tarde del recreo y me dejó afuera. Al rato la escucho preguntarme (en ausencia) algo sobre el tema que estaba dando y decir «Esses, no escuché su respuesta, ¡tiene 1.0!».

Hablando de cosas injustas, estaba el profesor de física Carlos ‘Justo’, quien se ganó ese ápodo porque cada vez que alguien le decía “Profe, ¡sea justo!” contestaba “Soy Carlos, no Justo” jajaja… Para los exámenes finales del año pasado mi hijo me dijo que iba a llamar a un profesor que le recomendaron para que lo ayudara a estudiar algunos temas de matemática que no entendía. ¡Pues imagínense mi sorpresa cuando salgo de mi cuarto y me encuentro en la sala de mi casa a mi estimado profesor Carlos-Justo! Di un brinco y por poco lo abrazo.

Qué bonito que después de tantos años, hayan profesores que despiertan recuerdos tan especiales e incluso hay quienes se acuerdan de uno, como el profe de matemáticas que me mandó un email hace unas semanas. Hay otros que evocan pesadillas, pero para bien o para mal, son personas que marcaron nuestros años de escuela.

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