De vasos y vestidos

Toda esa debacle de la semana pasada de si el traje era blanco con dorado o azul con negro me puso a pensar en algo que ya sabía: lo único absoluto en este mundo es que no hay nada absoluto en él.

En serio. No sé nada de cuernos, ni retinas, ni el funcionamiento interno del ojo humano. Lo único que sé es que para mí el traje era blanco con dorado. Era una certeza tan real, ¡que no me explico cómo otras personas lo veían azul con negro! (Pero del mismo modo, supongo que ese grupo de presuntos daltónicos pensará lo mismo de mí).

Mientras las redes sociales se encendían con el debate y algunas personas se rascaban la cabeza con incredulidad, y se alzaban otras voces que aseguraban que esto era obra del diablo, no faltaron quienes desestimaban todo el asunto diciendo «Gran cosa; ¡busquen oficio!». Puede ser que hay asuntos más importantes que resolver este enigma, pero para mí fue algo revelador. Me tiene sin cuidado de qué color era en realidad el vestido (era blanco con dorado), pero el  punto central es que todo en la vida es así.

Las personas tenemos diferentes interpretaciones para la misma cosa, y ninguna tiene más validez que la otra. Eso explica por qué lo que para unos es bueno, para otros es malo. Por qué lo que a mí me parece lindo, a ti te parece feo, y lo que a ti te parece excitante a mí me pone a dormir. Todo es cuestión de percepción, y en ese sentido no hay equivocados: todos tenemos la razón. Es como el proverbial vaso. Los que dicen que está medio lleno están tan en lo cierto como quienes dicen que está medio vacío.

No hay tal cosa como la verdad absoluta, y si tuviéramos eso presente nos ahorraríamos muchas discusiones, desavenencias y peleas. ¡Y ni hablar de guerras y enfrentamientos mayores! Muchas veces me pongo a analizar que la mayoría de los conflictos que vemos en las noticias o leemos en los periódicos  se deben a que todas las partes involucradas creen que tienen la razón. ¡Que dejen de ser tan cabeza duras! 

Este fenómeno no es exclusivo a la forma en que percibimos las cosas comparadas a los demás. Sucede incluso en la manera en que nos vemos a nosotros mismos. Por ejemplo yo: hay días que amanezco sintiendo que lo puedo hacer todo, pero hay otros en que pienso “Por favor, déjenme en paaaz”. Y digo, soy la misma persona todos los días.

La próxima vez que tengas un desacuerdo con alguien, recuerda que ambos están viendo lo mismo, pero en colores diferentes.

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