De fiesta con los niños

Hay un proverbio chino que dice: “Ten cuidado con lo que pides, porque se te puede cumplir”. Y eso fue lo que me pasó con mi hijo chiquito. Por ser el benjamín de la familia, el menor de cinco hermanos, la gente usualmente se olvidaba de su existencia y no lo invitaban a nada. Mientras todos los demás iban a cumpleaños y festejos infantiles, este se quedaba en casa íngrimo, aburrido. Y yo decía: “Ojalá lo invitaran a más cosas”.

Pero ahora que entró a la escuelita, su vida social cambió y con frecuencia llegan a la casa coloridas invitaciones para él. Y es así que a menudo me encuentro (de nuevo) en algún centro de entretenimiento infantil, celebrando con algunas conocidas y un montón de desconocidas, el cumpleaños de algún compañero de su salón. Y más veces que no, me pillo a mí misma pensando «estoy muy vieja para esta vaina».

Cuando digo «vieja», no me refiero a cronológicamente vieja. Pero estoy hablando de mi quinto hijo. O sea que en el transcurso de mi vida y las de mis otros hijos probablemente he ido a 200 cumpleaños. Tal vez 300. No llevo la cuenta, pero los suficientes como para decir que ya estoy cansada.
Hace 15 años era divertido y novedoso. Iban mis amigas y todas estábamos inaugurando ser mamás. Hoy somos pocas las almas valientes que todavía tenemos hijos pequeños. Pero cuando me encuentro con alguna en una fiesta, es una celebración aparte.

Lo bueno es que como casi todas las otras mamás son como yo hace 10 años, me dedico a jugar con mi chiquito y aprovecho para observar a los ajenos. Y así veo pelaítos aventándose de cabeza por el zurradero, mientras sus mamás andan no sé por dónde echando cuentos con sus amigas. ¿Será que yo hacía lo mismo?

La hora de los cumpleaños por lo usual es al final de la tarde, en que uno ya viene cansado de trajinar todo el día. Así que llegas a la fiesta y aunque lo que más te provoca es sentarte relax con una soda fría, sabes que eso no va a pasar.

Lo que me recuerda que en estos eventos suelo gravitar hacia la mesa de dulces, y por más que no quiera, mi voluntad me traiciona y termino comiendo chocolates, galletas, palitos de guayaba y lo que encuentre, y hasta ahí llegó la dieta.

Increíblemente estas fiestas son animadas por los mismos personajes de antaño: el mismo mago, los mismos payasos. Debe ser que en verdad hacen magia, porque no envejecen. ¡Están igualitos que siempre! Al igual que sus trucos y chistes, pero me siguen dando risa.

Lo que más pone a prueba mi resistencia es la piñata. Mi hijo es alto, así que cuando los mandan a hacer fila para pegarle queda casi de último, por lo que nos toca esperar a los dos e invariablemente la rompen antes de que llegue su turno. Cuando cae la lluvia de pastillas y se forma la arrebatiña, ahí se pone buena la cosa, con niños, madres y nanas, para ver quién saldrá victorioso en la guerra por las pastillas.

Cuando llego a mi casa, siento que soy Gulliver y volví de Liliput.

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