el café con teclas
Al volante sin permiso
Como les contaba la semana pasada, las probabilidades de que pase algo malo cuando haces cosas que no debes son muy altas, como cuando tenía siete años y me caí de las escaleras de mi casa por no haberle hecho caso a mi mamá.
Ahí escarmenté lo suficiente como para estar en modo obediente por la siguiente década, pero cuando tenía 17 años la embarré de vuelta.
Tenía algunos meses de haber aprendido a manejar, y por supuesto que eso marca un hito en la vida de todo adolescente, y quieres estar detrás del volante 24/7. Los domingos en especial eran para salir a “vueltear” sin rumbo fijo con las amigas. Pero un domingo de esos, mis padres se iban a la playa, y mi mamá me dijo que no podía sacar el carro ese día. No recuerdo por qué, pero lo cierto es que el carro y yo debíamos quedarnos quietos, en neutral. La cosa es que mis padres se fueron en la mañana y como a las 2:00 de la tarde me dije: «Bueno, me voy de paseo». Calculé que mis padres iban a estar de regreso como a las 6:00, así que con devolver el carro media hora antes iba a estar más que bien.
No voy a decir que me “robé” el carro, no vaya a ser que alguno de mis hijos lea esto y se lleve una impresión equivocada de su respetable mamá, así que digamos que me lo llevé prestado sin permiso (mi mamá debió haber sido un poco más previsora/maliciosa y haberse llevado la llave con ella). Pero bueno, recogí a un par de amigas y nos fuimos a pasear.
En ese entonces la gente parqueaba, literalmente. Frutilandia, en Marbella, era el punto de encuentro donde se reunía todo el mundo a socializar. Para ese tiempo había salido un par de veces con un chico, que no es que me gustaba, pero me caía (y se veía) bien. Estaba yo transitando afuera de Frutilandia, ¡cuando lo vi que estaba con otra! Se me fueron los ojos, se me fue la cabeza, y por andar distraída mirando lo que no debía, no me di cuenta de que los carros delante mío se habían detenido y ¡pum!, me choqué. El golpe en sí no fue lo malo, porque iba como a 10 km por hora. Lo grave, mejor dicho, lo gravísimo, es haberme chocado en frente de Frutilandia, con los ojos de todo el mundo encima mío, y para acabar de rematar, haber chocado a alguien que conocía. ¡Qué vergüenza! En verdad que fue un momento de esos de tierra trágame y escúpeme en otro lado.
Afortunadamente a mi carrito coreano no le pasó nada. Se le hundió la parrilla del frente, pero pude arreglarlo con mis propias manos. Así que crucé mis dedos pensando que tal vez mis padres no tenían por qué enterarse de lo sucedido. Después de disculparme profusamente con el muchacho que choqué, y decirle que me pasara la cuenta de su defensa abollada, me fui rápido para mi casa. El detalle está en que cuando llegué ya había otro carro estacionado en el espacio donde había estado el mío en la mañana y me tocó dejarlo en otro lado de la calle. Pese a toda mi astucia, no había contemplado eso, y después de todas las peripecias del día, me iban a agarrar por un tecnicismo. Cuando volvieron mis padres se dieron cuenta de que alguien estuvo andando el carro, porque obviamente este no iba a levitar de un lado al otro por su cuenta, y la única sospechosa era yo. De más está decir que me regañaron/castigaron/y demás.
Ese fue el peor percance que he tenido al volante (estrellarse contra basureros echando para atrás no cuenta) y fue justo un día en que andaba, nuevamente, en lo que no debo. Creo que en esa ocasión sí aprendí para siempre mi lección.