el café con teclas
Andanzas por NY
Hace un par de meses estaba fisgoneando en Instagram cuando vi el post de una amiga/conocida que se fue de viaje a un concierto de U2. Amo esa banda, es una de mis agrupaciones favoritas, y cuando vi el video y le di like pensé «¡Qué cool!».
Fast forward, dos semanas después estaba aburrida un sábado en mi casa, pensando que sería lo máximo poder ir a un concierto como el de U2. Y en un momento cataclísmico se iluminó mi cerebro con la revelación de que si quiero ir, ¿qué me lo impide? Tengo 40 años y la independencia necesaria. Eso quiere decir que puedo tomar decisiones, y en este caso, hacerles frente. ¿Qué más hace falta?
Así que agarré mi iPad, puse U2 concert y oprimí search, ¡y resulta ser que iban a estar en Estados Unidos prácticamente todo el mes de julio!
Voy a hacer un paréntesis aquí para decirles que llevo rato contemplando la fantasía de hacer un “Eat, Love and Pray” al mejor estilo de Julia Roberts en esa película. Solo que no soy tan osada como para tirarme hasta India, pero Nueva York está casi que a la vuelta de la esquina, ¡¡así que decidí ir a hacer mi retiro espiritual con Bono en el Madison Square Garden!!
Comencé a googlear hoteles, millas y pasajes de avión. Pero entre tantas opciones no me decidía. Al final me dije que ‘si sigues con la indecisión no vas a ir a ningún lado’, así que en otro momento de impulsividad poco característico en mi persona (hay días en que no dejo de sorprenderme) me fui a la computadora, entré a Ticketmaster, crucé los dedos y compré mi boleto. La emoción era tal que hasta me estaba riendo sola y no dormí como por dos noches.
Así fue que 47 días más tarde arribé a Nueva York, con un boleto, una fantasía y el ánimo de hacer algo totalmente diferente.
Salvo algunas caras conocidas en el avión y una cenita improvisada, pasé 72 horas disfrutando de mi propia compañía.
Comí rico, caminé como nunca, me hice usuaria recurrente y competente del subway (quién lo hubiera dicho). Visité el zoológico de Central Park. Cuando llegué ya estaba cerrado, así que no pude ver los animales, pero aproveché para marinarme en el calor del sol veraniego, observar a la gente trotar despreocupada, haciendo picnic en la grama, y hasta disfruté la música de un trío cuyas notas bailaban por el aire.
Ya había ido a NY en varias ocasiones, pero en tantos viajes nunca fui al Museum of Natural History (el de la película Una Noche en el Museo). Así que también fui. Vi los mamíferos, homínidos y dinosaurios y me tomé varios selfies para la posteridad.
Paseé por el Battery Park, admiré la Estatua de la Libertad desde lo lejos, y saboreé un helado delicioso en Soho.
El concierto estuvo increíble, al igual que mi visita al Memorial del 9/11. Ahí me maravillé con la historia del survivor tree, el único árbol que sobrevivió el ataque y subsiguiente desplome de las Torres Gemelas. Cuando los rescatistas lo encontraron moribundo, lo trasladaron a un vivero, donde sufrió otro revés y los estragos del huracán “Katrina”. Encima de todo, le cayó un rayo. Pero a pesar de todas esas calamidades se sobrepuso, y ahora se encuentra firmemente plantado, erguido y frondoso en la plaza. Eso sí se llama tener un espíritu férreo y querer aferrarse a la vida.
Cuando la escapada se acercaba a su fin, me embargó la tristeza. Cuando uno tiene una ilusión que te mueve, los días están cargados de propósito. Después de 47 días contando las horas, me entró la ansiedad de “¿y ahora qué?”. Pero lo cierto es que todo en la vida tiene fecha de caducidad.
Afortunadamente me queda la alegría de saber que por tres días hice lo que quise, como quise, y tengo los recuerdos y selfies archivados en mi celular para comprobarlo, revivirlo y disfrutarlo. Creo que Julia Roberts estaría orgullosa de mí.