El colmo de la pereza

Estaba en el ascensor del hospital Punta Pacífica cuando escuché a una señora extranjera comentarle a otra: “Tomemos un taxi y vayamos a Multiplaza”. Yo no soy de meterme en conversaciones ajenas, pero lo hice para aclararle que eso no era necesario: el centro comercial queda cruzando la calle. La señora me agradeció el dato, pero me aclaró: “con los zapatos que me puse hoy (y me señaló los zancos que llevaba puestos) no puedo caminar ni una cuadra” (¡entonces no sé qué pensaba hacer en el mall!).

Tampoco soy de estresarme con facilidad, pero últimamente me preocupa que nos estamos convirtiendo en una sociedad de vagos.

A donde veo encuentro señales de esto, empezando en mi propia casa. Ring, ring, suena mi celular mientras estoy en mi cuarto. Veo la pantalla. Dice “Casa”. Contesto con un “¿¡Quién me está llamando al celular si estoy en mi cuarto!?”. Es uno de mis hijos, no voy a decir cuál, para preguntarme una nimiedad. Vuelvo y le pregunto que para qué me está llamando al celular, y aunque esquiva mi pregunta, sé que es porque le dio pereza pararse de su cama, abrir la puerta de su cuarto y cruzar los tres metros que lo separan del mío. La tecnología es grandiosa, pero la considero la culpable número uno del fenómeno del que hablo.

Sigo con los celulares. Hasta hace poco era necesario marcar números y platicar con las personas a las que queríamos expresarle algo. Después las llamadas fueron reemplazadas por los mensajes de texto o chats. Pero ahora, ya ni eso, no vaya a ser que se nos cansen los dedos. Ahora son voice notes. Mandas uno, te devuelven otro. O sea, es como tener una conversación, pero sin tener que hacer el esfuerzo de ser sociales ni interactuar.

Otro ejemplo son los carros sin llave. En un principio, la idea de arrancar un carro apretando un botón parecía vanguardista. Pero la realidad es que es el remate de la flojera. Digo, ¿qué tanto esfuerzo requiere introducir una llave y girarla? Pereza elevada a la tercera potencia, y no podemos culpar a más nadie de fomentar esto que a los fabricantes en la industria automotriz.

Pisos móviles. Todo aquel que ha viajado o ha estado en un aeropuerto moderno ha visto estas cintas transportadoras. Señores, la idea tras este invento es permitir que uno se movilice con mayor rapidez por las terminales. No es para que se paren ahí y esperen a que el piso los lleve adonde van. En la mayoría de los casos uno viene de haber pasado horas enteras sentado en un avión. ¡Deberían estar felices de poder estirar las piernas y caminar!

Y así pues, abundan casos: usar elevador para bajar un piso, manejar a la farmacia de la esquina, quedarte con sed por no ir a servirte un vaso de agua… No digan que no han sucumbido, porque hasta yo traté de persuadir a mi sobrino para que fuera a buscarme el iPad para escribir esta columna. Tampoco quiso, y me tuve que parar.

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