Una insólita avalancha

Hace un año y tres meses llegué a esta oficina con mi cartera, una libreta y una pluma. ¿Saben, cuando empiezas un trabajo nuevo? Pues sí, también traía esa emoción y la ansiedad de hacer las cosas bien y no meter la pata.

En esos primeros días, Roxana fue la encargada de enseñarme, como dicen, las cuerdas, y me dio un curso intensivo en todos los menesteres del departamento. Me dio el tour de la empresa, me llevó de arriba a abajo, me presentó a las personas con quienes me iba a tocar trabajar más de cerca, y compartió conmigo unas chispas de sabiduría de suma importancia.

Una a la que no le presté su debida atención fue en relación a los correos electrónicos. ¡Ay, qué ingenua yo! Feliz como estaba con mi recién creado email corporativo, no le hice caso cuando me advirtió de que eso era un portal a un hoyo negro y que iba a llegar el momento en que iba a ser como una avalancha virtual.

Así que al principio me sentaba frente a la computadora a ver en qué me ocupaba, o cómo hacía para por lo menos verme ocupada, y una de las tareas que asumí con ese fin era responder correos, lo cual hacía con toda mi calma.

Pues les digo que la cosa fue como el juego de iPad de las hormigas en el pastel, en que tienes que ir matando hormiguitas antes de que lleguen a tu dulce. Primero salen de una en una y te parece lo más fácil del mundo, pero luego salen más hormigas, más rápido, y no te das abasto, hasta que una llega al pastel y es “Game Over”. Con los email no es un juego, por lo que no pierdes, pero la cosa es algo así: prendes la computadora a las 9:00 a.m. y ya tienes 24 correos. Contestas una llamada al teléfono y ya entraron 5 más. Te paras a buscar agua y hay otros 8. Te agachas a recoger tu lápiz que se cayó al piso, y ya hay 3. Estornudas y entró uno más.

Y cuando te das cuenta pasó un año y tres meses, tienes 4,876 correos recibidos, 533 spam y 877 en la papelera. Estas últimas dos carpetas se vacían automáticamente cada 30 días, así que saquen el cálculo de cuántos correos han sido en total.

Lo más triste es que quiero seguir respondiendo mis emails a conciencia, pero entre tantos correos chatarra que llegan se va desvirtuando el concepto.
Recibo hojas de vida a tutiplén de gente que ni siquiera vive en Panamá; propuestas de fotógrafos que mandan fotos de su portafolio para nuestra consideración, y algunas de esas fotos hacen que me quede como el emoji del monito que se tapa los ojos.

Después me llama alguien para preguntarme si recibí su correo, y me doy cuenta de que lo borré sin querer porque pensé que era chatarra, y hay otros que no contesto porque genuinamente no los vi. O si lo vi, hice una nota mental de contestarlo cuando tuviera chance, pero entraron 13 más y se me fue la onda.
Entre los spam llegan ofertas para alquilar cabañas en las playas de Cispatá, Colombia; comunicados de prensa de artistas en Guatemala; ofertas para productos anticelulitis y promociones de bienes raíces en El Cangrejo, San Carlos y Pedasí. Ah, y casi se me olvida, los infames correos de servicios para conectar y conocer gente.

Probablemente ahora que terminé de escribir esta columna ya entraron 7 u 8 correos más. Voy a chequear.

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