De falsas alarmas y otros percances

Son las 3:00 a.m. y estoy sentada en el lobby de mi edificio. Afuera están los bomberos y la policía, y ahora que pasó el susto, aprovecho para escribir mi conclusión de la odisea de esta noche: no tengo la más remota idea de qué hacer en caso de una emergencia.

Les cuento: Me acosté a dormir poco después de la medianoche, y pasada la 1:00 a.m. empezó a sonar la alarma de incendios. Pensé que seguro era una falsa alarma y seguí durmiendo. Como siguió la bulla, llamé al seguridad, quien me confirmó mi sospecha. Al parecer, el vecino del 18 estaba fumando y sin querer activó el detector de humo. Traté de seguir durmiendo. Pero el escándalo continuó y 20 minutos después llamé al guardia nuevamente. ¿Saben qué me dijo? “Parece que sí hubo un cortocircuito. No sabemos dónde. Mejor evacúe por precaución”.

Ayala… Me vestí rápidamente, porque eso de bajar en camisón y bata como que nada que ver. Glamur ante todo. Agarré mi cartera, eché los pasaportes de todos y salí de mi cuarto. Al día siguiente, cuando le conté a mi mamá, me preguntó medio en broma, medio con sarcasmo, a qué país pensaba pedir asilo.

Afuera de mi cuarto olía a quemado y se estaba metiendo un humo blanco por debajo de las puertas. Desperté a mis hijos, levanté a las nanas y les dije nos vamos.
Pero cuando abrí la puerta de servicio no se veía nada, nada más que humo. Obviamente que así no iba a bajar para ningún lado. Seguro nos asfixiaríamos antes de llegar a la planta baja. Llamé a los bomberos (103) y me dijeron que nos quedáramos adentro y pusiéramos toallas mojadas en las ranuras de las puertas. Me partió el alma ver a la nana cargando a nuestro perrito; yo ni me había acordado del pobre cosito.

A los pocos minutos escucho voces en las escaleras. Abro la puerta y me encuentro con un bombero de verdad, con saco, casco y toda la indumentaria. Lo único que se me ocurrió decirle fue “¡Hola! ¿hay que evacuar?” y me contestó “¡Por supuesto! ¿No está oliendo el humo?”. O sea, salí toda regañada, cuando su colega fue el que nos dijo que permaneciéramos adentro.

Para hacerles el cuento corto, desalojamos por las escaleras y llegamos a la planta baja. Había desconcierto y caras de sueño. Los bomberos detectaron de dónde salía el humo y olor a quemado: uno de los ascensores tuvo un cortocircuito.

Mientras esperábamos para que nos dieran el OK para subir de nuevo a nuestras casas, me quedé observando y me maravillé de cómo somos de diferentes las personas. Por ejemplo, una de mis hermanas bajó 40 minutos después que yo en quimono y tubitubi. No puedo creer que se demoró tanto y no encontró dos minutos para vestirse. Pero por lo menos bajó. Mi otra hermana duerme con tapones en los oídos, nunca se dio por enterada y jamás desalojó. Menos mal no fue una emergencia real, porque de ser así, ¡grave!

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