Lección en un florero

Esta historia ya se las había contado, pero se las comparto nuevamente…

Una vez recibí un hermoso ramo de tallos de orquídeas. Eran como dos docenas en rosado, mi color favorito, y eran tantas y frondosas, que las puse en floreros por toda la casa: mi cuarto, la sala, ¡hasta el baño! Estaba de lo más contenta repartiendo flores por todos lados.

Al principio se mantuvieron intactas, embelleciendo con su presencia cada esquina donde las había colocado. Pero como era de esperar, dos o tres días después me puse triste cuando vi que se les comenzaron a caer las flores.

Una aquí, una allá… Sin embargo, los tallos eran tan tupidos, que por tres semanas se fueron cayendo flores, y todavía se veían lindos (aunque estar recogiendo florecitas del piso resulte algo fastidioso).

Fui botando los tallos solitarios que quedaron desiertos, y cada día había menos tallos en los floreros. Pero al mes, todavía sobrevivían algunas flores. Lo que me puso a pensar… ¿Qué es lo que hace que una flor se marchite, mientras otra prospera? ¿Qué hace que una se pierda en el olvido, sin dejar más que el recuerdo de algo hermoso que estuvo, mientras otras se aseguran al tallo, con gracia y terquedad? Después de todo, a la vista todas las flores son iguales y son parte del mismo tallo. Están en el mismo recipiente, absorbiendo la misma agua.

Pensaría que todas se irían marchitando a la vez. ¿Cómo puede ser que una flor en el tallo se marchitara hace 15 días, y la que estaba al lado aún prevalezca?

Lo analicé mucho y la respuesta es que no sé. Pero el ejercicio mental me ayudó a llegar a la conclusión de que las personas tenemos la capacidad, igual que esas flores testarudas y resistentes, de mantenernos en pie, aun cuando parece que nos quedamos solos. Cuando todos los demás sucumben, hay quienes pueden aferrarse a lo que los sostiene con firmeza y elegancia.

 

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