el café con teclas
Al último grito de la moda
Esta semana estrené un accesorio. Y no cualquiera. Se trata de una pieza única, diría que parte de una edición especial y serie limitada.
Les cuento… Estaba una noche en mi cuarto y entró mi chiquilino de 6 años con una pulseritas hechas de alambre. Me dijo: “Mami, estoy vendiendo estas pulseritas que hice”. Le contesto: “Qué lindas mi amor. ¿Cuánto valen?”, y me responde que $1.50, “pero estas que son más bonitas, porque tienen más colores, cuestan $2.50”. (Como ven, no solo es un pequeño emprendedor, sino que se proyecta como todo un hombre de negocios).
Escogí una de las pulseras más fashion, claro, con su asesoría (“Ma, esto te combina con tus camisas rojas, verdes, blancas y moradas”). Pero cuando le pagué y me la puse, me raspé con la puntita pelada del alambre. Le dije: “Papito, tienes que doblar esto bien para que tus clientas no se raspen”. Me dijo que ya lo iba a arreglar y salió corriendo de mi cuarto. A los pocos minutos regresó con la pulserita emparchada en cinta adhesiva de colores (mi rey, ¡es un genio!). Pero la mejor parte es que cuando uno de los hermanos vio este intercambio, le dijo en son de burla (para variar): “¿Para qué estás vendiendo pulseritas de limpia pipa?”, y mi pulga de seis años le contestó con la seriedad de quien afirma lo más obvio del planeta: “Me estoy ganando la vida. Acaso qué quieres”.
Este fue el mismo que hace unos meses me vino a pedir “tres palos” para ir a la farmacia a comprar útiles, y el que en kínder me lloró que no quería hacer la tarea (colorear una manzana) y preguntó que cuántos años le faltaban para terminar la escuela.
Jajaja, no sé de dónde saca estas cosas, ¡pero yo nunca me aburro en mi casa!
Esos detalles no tienen precio, son la sazón de la vida de una madre o abuela, y definitivamente lleva en la sangre el ser un empresario, y muy seguramente será muy exitoso.