el café con teclas
Qué diablos
La semana pasada salí a comer con mis amigas Paulette y Joy. Ustedes no las conocen, pero son bien entretenidas y siempre hablamos de todo un poco. En el transcurso del almuerzo, comiendo una papa frita aquí y una papa frita allá, Joy nos comenzó a hablar de un documental que estaba viendo en Netflix llamado What the health y mencionó que según el mismo, comer proteínas es muy malo para la salud y es algo que debemos evitar. En ese momento tuve una pequeña crisis existencial, porque la razón por la que me empujo a comer carne en palito en vez de arroz con pollo, es que supuestamente los carbohidratos son nuestros enemigos.
Le dije a Joy que si Dios no hubiera querido que las personas comiéramos carne, no le hubiera dicho a Noé que metiera siete vacas en el Arca, a diferencia de los animales que no se comen, como las jirafas, de los que solo metió dos. Así iba mi línea de razonamiento.
La cosa es que durante el fin de semana puse el documental, y para cuando terminé de verlo no decidía si prefiero morir comiendo o ayunando, porque según el narrador las carnes, el pollo, los pescados, los huevos, el queso y la leche provocan una larga lista de padecimientos, que abarcan pero no se limitan a asma, problemas cardíacos, diabetes, cáncer, demencia, Parkinson, etc. Claro, podemos comer frutas y plantas, pero no sé qué tan atractivo es vivir la vida como un panda.
Esto me recordó la vez que tenía como 12 años y mi papá me encontró comiendo una ensalada de aguacate y casi colapsa. Me dijo, y cito: “¿Por qué mejor no te comes una barra de mantequilla?”. Tan infame que era el aguacate en ese entonces. No volví a tocar uno como por 15 años, pero de pronto el aguacate se reivindicó y resultó ser que es muy bueno comerlo, porque al parecer no todas las grasas son iguales y algunas son beneficiosas. Y así pasó a ser de villano a héroe.
También recordé cuando en casa de mis padres compraban margarina en vez de mantequilla, dizque porque era más saludable, pero años después alguien sonó la voz de alarma en una de esas revistas médicas que nadie lee, diciendo que comer margarina era tan bueno como comer plástico derretido.
El documental ese me tiene confundida. Ya no sé a quién ni qué creer, pero igual se los recomiendo, porque también barajea algunas teorías de conspiración bien entretenidas.
Cuando terminé de verlo me sentí atribulada y le chateé por Whatsapp a Joy: “¿Qué prefieres, comer o morir de hambre?”, y su respuesta fue: “¡De algo me voy a morir, así es que a comer!”.
Creo que por eso es que nos llevamos tan bien…