Entre pinceles y pinturas

Solo fueron 15 minutos de atraso. La circular de la escuela decía que la actividad era de 8:30 a 9:30 a.m. Pero ustedes saben cómo es: entre contestar el teléfono, el ascensor de tu casa que se demora, todos los lentos que se te atraviesan con sus carros en el camino, y una que otra cosa más, uno siempre anda con el tiempo un poco diferido.

Estacioné en la escuela a las 8:42. Otras mamás también estaban llegando al mismo tiempo que yo, pero igual apuré el paso y subí rápido las escaleras. Mi hijo de primer grado me esperaba para hacer una manualidad en una actividad organizada para su grado.

Cuando llego a su salón me recibe una maestra y me dice: “¡Qué bueno que vino! Gabriel estaba triste”. Me aproximé a la mesa rectangular donde la mayoría de los niños estaban acompañados de sus madres, y vi que el mío tenía la cara afligida y roja. Apenas me vio se puso a llorar. “¡Pensé que no venías!”, me increpó. Me tomó por sorpresa. ¿Cómo pudo pensar tal cosa? Jamás le he fallado; a veces llego tarde, pero he estado en cada acto, cada actividad y cada oportunidad que pueda con él en su escuela. La noche antes, cuando le di su besito antes de dormir, le dije: “¡Mañana te veré en la escuela!”.

Afortunadamente, pocos minutos después, entre pinceles y pinturas, sus lágrimas dieron paso a sonrisas, y juntos nos pusimos a confeccionar un colorido vitral.
Frente a nosotros pintaban también muy alegres otra mamá con su hijo. Ella llegó incluso más tarde que yo, pero su hijo estaba de lo más chill. Cuando ella escuchó que el mío estuvo llorando porque me demoré, se volteó hacia él y le dijo: “¡Tú no lloraste por mí!”.

A primera vista pudiera parecer un halago que alguien llore por ti. Te quiere mucho, te espera, quiere verte, podrías pensar. Pero hilando más profundo puede ser otra cosa: no sabe lo mucho que le importas, y no está seguro de que cuenta contigo. Así que, aunque en un principio pensé “qué cute”, luego quedé consternada. ¿Mi hijo de verdad creyó que le iba a fallar solo porque llegué 15 minutos tarde? ¿No se ha dado cuenta en los siete años que llevamos conociéndonos de cuánto lo amo?

Como sea, la noción quedó rondando todo el día en mi cabeza. En el calendario judío celebramos el Año Nuevo la semana pasada. Esta noche es Yom Kippur, el Día del Perdón, la fecha más sagrada de todas. Para mí esta época siempre invita a la retrospección, y por eso creo que no es casualidad que aprovecho este incidente para hacer una analogía con nuestra forma de encarar la vida.

Porque les digo, muchas veces yo soy igualita y reacciono como lo hizo mi hijo. A la edad que tengo no lloro porque mi mamá llegue tarde, pero, ¿a quién no le ha pasado que algo no le sale como quiere, cuando quiere o como cree que debe, y se lamenta, enoja o recrimina a la vida, olvidando todas las bendiciones que ya tenemos? A mí a menudo se me olvida que todo ocurre exactamente cuando debe.

Soy culpable de no tener paciencia, de a veces perder la fe, y es algo que voy a tratar de mejorar. Si están en esa categoría, los invito a que hagan lo mismo.

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