Hay a quienes les gusta el rábano…

Esta es mi última columna del año. Por lo usual (o mejor dicho, los dos años anteriores, porque este espacio apenas cumple tres añitos la otra semana), trato de culminar con un mensaje esperanzador, un recuento de interés o alguna reflexión oportuna para despedir el año con bombitas y serpentinas.

Pero no se me ocurrió nada en esa línea, así que les dejo esta interesante anécdota, que aunque parezca simple, resuelve un misterio prehistórico en mi cabeza. La incógnita de ¿por qué las personas hacen las cosas que hacen?

Los seres humanos tenemos la necesidad de controlar. Muchos no lo admitimos, pero es así. Queremos controlar lo que los demás piensan, dicen y hasta lo que hacen, por supuesto, inclinándolo a lo que mejor nos funcione. Si pudiéramos, hasta trataríamos de manipular el clima. Para muestra un botón: recuerdo alguna vez haber metido dos cuchillos cruzados dentro de un vaso de agua porque alguien dijo que esa era la fórmula para que no lloviera…

Pero lo cierto es que en nuestras vidas muchas veces no podemos controlarnos a nosotros mismos; entonces qué pretendemos hacer con los demás. Lo único que queda es darle mil vueltas en nuestra cabeza a las cosas que vemos, vivimos, no entendemos y no queremos, tratando de encontrarle una justificación válida. A mí me pasa hasta el punto del trastorno.

Entonces, tenía días, si no semanas, con este tema necio rondando mis pensamientos. Hasta que un día fui a visitar a mi papá a la casita en su finca. Era un domingo apacible, y la tímida brisa acariciaba apenitas las ramas de los pinos. Mi papá escuchaba la música árabe que tanto le gusta, yo jugueteaba con el celular, y ambos apreciamos un hermoso atardecer desde la terraza.

Aproveché ese “quality time” que no siempre tenemos para contarle un poco de mi semana y charlábamos de la vida. De pronto le dije: “Sabes pa, no entiendo las decisiones y las cosas que hace la gente”, refiriéndome a un tema muy puntual. Mi papá tomó un sorbo de su café turco, me miró y contestó: “Sarita, hay personas a quienes les gusta el melón y hay otras a quienes les gusta el rábano”.

Y así de fácil quedó mi dilema resuelto. Fin de la historia. ¡Feliz Año Nuevo, queridos lectores!

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