el café con teclas
Guerra entre especies
Uno nunca conoce su fuerza ni de lo que es capaz, hasta que te encuentras con una cucarachita en el carro y debes decidir si te bajas y huyes, o si te quedas y la matas. Me pasó hace poco y fue horrible.
Era un día glorioso. El cielo despejado, no había tráfico. Buena música en la radio. Acababa de empezar a conducir cuando vi un insecto caminando en el parabrisas, pero no podía determinar a ciencia cierta si estaba ADENTRO o AFUERA del carro. ¿Será que prendo los wipers? Eso hubiera despejado la duda, pero de haber estado afuera, el vidrio hubiera quedado como la escena de un crimen. Así que preferí mejor no. Mientras, la cucarachita seguía caminando…
¿Qué hago, qué hago? Puse el carro en P, me bajé a revisar, y ¡HORROR! El bicho estaba adentro. Fue un momento de prueba. ¿Pido auxilio? ¿Hago acopio de todo el valor que encuentre y la mato? ¿O dejo el carro tirado y me voy en taxi? Piensa Sarita, ¡piensa!
Miré a mi alrededor. No duden que, de haber visto a alguien, le hubiera mandado un SOS, pero no había nadie. ¿Será que toco el timbre de alguna casa para ver si alguien me presta una lata de Baygon?
Estaba solita, no tenía a quién pedirle ayuda. Así que tuve que tomar una difícil decisión: era la cucarachita o yo. Ya cuando ves las cosas desde esa perspectiva es más fácil actuar. No lo pensé mucho para no cambiar de opinión. Agarré una servilleta de Dunkin Donuts, de esas que voy acumulando cada vez que paso por el autorrápido, y neutralicé a la cucaracha.
Primera batalla ganada. ¿Y ahora qué hago con la servilleta? No era capaz de tirarla por la ventana. Yo no boto basura en la calle, así que me la llevé a pasear conmigo (claro, en la servilleta toda achurrada y metida adentro de un vaso desechable de café con su tapa). Cuando llegué al basurero más cercano, la boté.
Me sentí triunfal, extásica, victoriosa. Prevalecí sobre la cucaracha. Creo que fue la primera vez en mi vida que logre tal hazaña por mí misma. Las veces que he tenido encuentros cercanos de este tipo en mi casa, empiezo a rociar Baygon desde atrás de la puerta.
A la única cosa a la que le tengo más aversión en el mundo es a las mariposas negras, esas que me hacen condenar las ventanas de mi casa llegado agosto, porque me dan pavor. Llegar a la cocina y ver una de esas bestias pegadas en la pared alzar vuelo es suficiente para hacerme gritar y salir corriendo despavorida.