el café con teclas
Con olor a nuevo
La otra noche, una pareja amiga me dio un aventón a una cena a la que estábamos invitados y me pareció adorable cómo él cuidaba su carro nuevo.
Puso atención a la velocidad en la que andaba, procuró no pegarse mucho a otros vehículos y se aseguró de estacionarse lejos de la curva, no fuera que le rayaran el carro. Me dio risa porque, antes, este conocido manejaba una minivan, y he visto la forma rápida y furiosa como la conducía. (Uno jamás pensaría que una minivan puede estar a la altura de un vehículo todoterreno).
Me acordé de la primera vez que yo tuve un carro nuevo, de paquete, y no la lancha prestada de mi mamá. Manejaba con toda la prudencia del mundo, no lo dejaba fuera de mi vista. Cuando llegaba a mi edificio, si no había estacionamiento del lado de la acera donde no había árboles, daba mil vueltas hasta encontrar uno, porque mi carro no iba a pernoctar ahí y amanecer cubierto de caquita de pájaro. El carro siempre tenía el tanque de gasolina lleno. No sé ni para qué sirve, pero llevaba un tarrito de coolant en el baúl en todo momento. Y en la guantera, un paquete de pañitos húmedos para limpiar las gracias accidentales de los mentados pájaros. Ah, y cuando estacionábamos en Frutilandia (esto solo lo entenderán los que tenían una vida social en los años 80), que nadie osara sentarse encima de mi carro.
Donde yo vivía, en El Cangrejo, le robaron las copas varias veces, y en una ocasión hasta se llevaron el equipo de música. Lloré como la primera vez que se me murió un pollito.
Pero hoy en día mi carro ha sido testigo de grandes milagros. He ido y vuelto de Tocumen con la luz del tanque de reserva prendida. Llevo manejando con una llanta medio flat hace como dos meses. (Cada par de días me detengo en la estación de gasolina para que le echen aire y sigo mi camino). Y ha llegado a estar tan sucio que me han escrito en las ventanas “lavame x fabor”. O sea, ando en modo Survivor: mientras el carro ande, no hay problema.
Mi carro tiene tantos rayones que ya ni me estreso. ¿Y saben qué? ¡Es muy liberador! Por un tiempo consideré meterlo al taller para que le hicieran un trabajo de chapistería, pero decidí mejor no gastar en eso. Después voy a estar paranoica, como cuando el carro era nuevo.
No me malinterpreten: cuido mucho todas las cosas, pero aprendí a no darle color a aquellas que no lo ameritan. Además que descubrí lo emocionante que es ver qué tan lejos llegas sin que se te acabe la gasolina.