Una gran decepción

Mi relato de esta semana empieza cuando me compartieron por Whatsapp el comercial navideño de Comcast: una mini película de cuatro minutos que muestra el reencuentro, 37 años después, del extraterrestre más querido de la galaxia, E.T., con el pequeño Elliot, ahora un adulto casado y con dos hijos.

Cuando terminé de ver el video, apropiadamente llamado “A Holiday Reunion”,  yo estaba (por supuesto) llorando.

Luego recordé el año 1982, cuando fui al cine Metro en la avenida Balboa a ver la película con mi mamá, hermanos y un primo, y estaba tan lleno, que había niños sentados hasta en el piso frente a la primera fila. Con esa memoria se despertó en mí la duda de si habrá alguno de mis hijos que aún no la haya visto. Cuando mi hijo mayor era pequeño, la película no era taaaan vieja, pero ahora, con el de nueve años, la película ya es casi una reliquia.

“Gaba, ¿has visto alguna vez E.T.?”, le pregunté a mi chiquito. Me contestó “Creo, no sé”. Decidí que si la hubiera visto, definitivamente se hubiera recordado.
Y se me ocurrió que sería una excelente oportunidad de hacer bonding con mi hijo,  si la veíamos  juntos. Le dije que si quería hacer noche de películas, y de una vez me dijo que sí.

Todo iba bien, hasta que…
Pongo Netflix y E.T. no está listado. En cambio, hay cientos de otras películas, y mi hijo brinca cuando ve una. “Ma, ma, ma. ¡Hobbs and Shaw! Veamos esa”, exclama emocionado. “No inventes”, le digo. “Vinimos a ver E.T.”.

Entro a Apple TV, y ahí sí la encuentro. Alquilar la película cuesta $3.99 y no sé ni siquiera si tengo saldo. Reviso y ¡ding, ding, ding! tengo $9.57.

Así que pago los $3.99 y espero emocionada a que empiece la película. No habían terminado de salir las letritas y la escena inicial en que se ven otros E.T.s merodeando en el bosque, cuando mi hijo exclama “¡Qué fake!”. Acostumbrado a los efectos especiales mileniales, esta producción de 1982 le pareció, digamos que insulsa.

Prosigue la película y yo tratando de engancharlo en la trama. La parte en que Elliot se duerme en el jardín y se despierta asustado porque escucha bulla en el cobertizo, ¿saben lo que me dijo mi hijo? “Qué bobo. ¿Por qué no llama a su hermano por el celular?”. Duh, Gabriel, porque no existían… “¿¡Quéeee!?”, el niño está incrédulo. En ese instante  recuerdo cuando mis hijos mayores se burlan de mí y dicen que en mis tiempos nos comunicábamos con palomas mensajeras…

La proyección siguió con varios “Está aburrida” y “¿Cuánto falta para que se acabe?”, hasta que ya a las finales (de mi paciencia, no de la película) le grité exasperada: “¡Yaaaaa! Si no me vas a dejar verla, sal de mi cuartooooo”.

Bueno, me quedé viéndola sola, pensando con nostalgia que los niños de hoy no saben lo que se pierden, y debatiendo si para efectos prácticos no hubiera sido mejor ver Hobbs and Shaw

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