el café con teclas
Quién dijo miedo
Me acababa de estacionar en el trabajo. Ya tenía mi cartera al hombro, mi termo de café en una mano y mi agenda en la otra. Estaba lista para bajarme, solo me faltaba apagar el auto, cuando empezó a salir una canción que tenía años de no escuchar en la radio. No era una canción cualquiera. Era una de esas que te hacen viajar en el tiempo e inundan tu sistema con ganas de cantar o ser feliz.
Debería haberme quedado en el carro. Debería haber disfrutado esa ventanita de placer que te regala la rutina, y apreciar la riqueza de las pequeñas cosas en tan solo tres minutos. Pero no. Apagué y seguí con mi día, meticulosamente trazado en los renglones de mi agenda, al igual que todos los demás días de la semana, el mes y el año. Así, el momento pasó.
Ahora que casi, casi se acaba el año, me puse a pensar en las infames resoluciones que la mayoría de las personas asumen para estas fechas y que, llegado finales de enero, son un recuerdo apenado. La lista termina siendo un monolito a la derrota. Bajar de peso, dejar de fumar, empezar a hacer deporte, cambiar de trabajo y terminar los estudios son las habituales.
Yo más o menos desistí con la de volver a mi peso del año 2014. En cambio, me propuse otras cosas. Son sencillas, pero creo que son las que en verdad repercuten en mejorar la existencia.
Voy a depurar mi vida. Me he dado cuenta de la cantidad de chécheres que suelo acumular en varios niveles. Por lo que en 2020, así como he limpiado mi escritorio de todo aquello que no tiene uso, ignoraré a más personas en mi Whatsapp. A veces me debato en ser buena gente y tolerar las cadenas, publicidades y mensajes difundidos con que a veces me bombardean; o actuar como me siento y bloquear a los infractores. ¿Saben qué? Lo haré, pero sin asco ni pena.
Dejaré de seguir en redes, sin cargo de conciencia, las cuentas que no aportan ni a mis ojos, curiosidad o intelecto. Esas que no contribuyen a la persona que soy o quiero ser, usualmente de gente que se comporta de una forma en el mundo digital, pero de otra muy distinta en el mundo real. Me aburre tanta falsedad.
No voy a hacer más planes con personas que siempre te dicen “¡Pon la fecha!”, para ir a almorzar, y cuando la pones, no te contestan o te cancelan. Qué pereza.
Tampoco me voy a dejar succionar en los dramas ajenos. Con los míos me basta. Gracias.
La vida es muy corta y las horas muy preciadas para desperdiciarlas. Pero eso es relativo, así que resolví tomarme mi tiempo. Para lo que quiera. Ya sea disfrutar una canción en el carro, esperar que se enfríe mi café para no quemarme en el intento de tomarlo, comprarme un rodillo de cuarzo rosado para masajearme las arrugas media hora, o frotarme keratina en las uñas hasta que brillen. Ah, también dejaré de salir apurada de mi casa.
Hace unos días leí una cita atribuida a Benjamin Franklin: “No malgastes tu tiempo, pues de esa materia está formada la vida”. En 2020 no lo malgastaré; digamos que lo invertiré solo en las cosas, momentos y personas que me llenan y regocijan.