el café con teclas
Y ahora mi sala es un salón
Cuando se desató lo que parecía el principio del fin del mundo, y el coronavirus llegó a Panamá, y se informó de los primeros contagiados, y la gente enloqueció en los supermercados, y se atrincheraron en sus casas con rollos de papel higiénico, y el Ministerio de Salud anunció su plan de contención, y se decretó el cierre de las escuelas por un lapso mínimo de un mes, la pregunta que muchas mamás se hicieron fue: “Y bueno, ¿qué hago con los chiquillos en casa?”.
Por suerte, las escuelas se organizaron rápidamente y en cuestión de días implementaron un sistema de enseñanza por módulos. Como en todo, tengo reacciones ambivalentes.
Sarita, en su versión de mamá seria, profesional, metódica y responsable, pensó: “Qué bueno, para que no se atrasen los pelaos en sus estudios”. Fui partidaria de que todos los profesores descargaran Zoom para que pudieran impartir clases de una forma más efectiva, y emular de la forma más dinámica la estructura de un salón de clases.
Tengo tres hijos aún en la escuela. A los dos que están en onceavo grado los animé a que se levanten temprano y que se organicen con una rutina diaria para no volverse locos en la casa (no me hicieron caso). Y al más chiquito, que está en cuarto grado, le sigo lo mejor posible (de acuerdo a mis capacidades y aptitudes) su desempeño como estudiante en casa.
Todo bien hasta ahí.
Ahora, estos son los pensamientos que aparecen en la mente de Sarita, la mamá bastante descomplicada, ligeramente ácida y ocasionalmente insubordinada: “O sea, estamos en medio de una PANDEMIA. Si se acaba el mundo, ¿qué diferencia va a hacer si hicieron las tareas? Y si no se acaba, bueno, tendrán la eternidad para ponerse al día”.
“¿Gestión empresarial? Yo qué voy a saber de eso”, le respondo a mi hijo de 16 años cuando me pregunta cuáles son 10 factores externos que afectan la gestión de recursos humanos. ¿El coronavirus, tal vez? Le digo que llame a algún amigo o, si quiere, lo puedo poner en contacto con la jefa de desarrollo humano de alguna empresa para que lo ayude. (Para él era muy importante lucirse en esa tarea, porque ama a la profa Lety).
Cuando me levanto en las mañanas y ya tengo un correo de la escuela exhortándome a que le llame la atención a mi otro hijo adolescente porque hoy es jueves 19 y no entregó la hoja de Excel correspondiente a ayer, miércoles 18 a las 16:00 horas, me quedó “¿Guat?”. Hey, déjenlos vivir… ¡Y déjenme vivir a mí también!
Quizá el mundo se acabe hoy, pero no porque se haya demorado en entregar una hoja de Excel. Es cierto que tengo tiempo libre en mis manos, pero prefiero dedicarlo a mis clases de italiano en Duolingo, que tratar de recordar que es una nomenclatura en física (¿o era en química?).
Y ni me mencionen los chats, que cuando agarro el celular a las 9:00 a.m. y ya hay 144 mensajes en el chat ‘Mamás cuarto grado’, me quedo: “Yaaaaaaa… Si sus hijos están aburridos, póngalos a barrer o a trapear”, como dijo alguien que sigo en Twitter.
En fin, en eso andamos. Si ven que hablo de Sarita en tercera persona es porque a estas alturas, yo misma me estoy volviendo un poquito loca.