Aquí vamos de nuevo

COVID, ROUND 2.

No tuve chance de tomarme el café ni de calentar la silla, cuando recibí el mensaje de mi hijo Cosa #4 diciendo que la prueba de covid que se había hecho unas horas antes le había marcado positivo.

Yo solo tenía cuatro minutos de haber llegado a la cabina de Rock N’ Pop para el programa radial del lunes pasado, el tiempo justo para tomarme fotitos para las redes, rociar alcohol y conectar mis audífonos. Ugh.

¿Y ahora? Faltaban 23 minutos para salir al aire. Si esta escena fuera sacada de una película, la canción que estaría sonando de fondo sería “Should I stay or should I go”, de The Clash. ¿Me quedo? ¿Me voy? ¿Qué hago? Prevaleció el sentido de responsabilidad y la voz sabia de mi amiga Tammy, quien estaba al teléfono repasando conmigo el contenido del programa. “Vete”, me dijo. ¿Y el programa?, “hazlo por Zoom”, me contestó. En ese segundo me sentí como una niña piojosa en el recreo.

Yo estaba sola en la cabina, pero cuando salí por la puerta, veo a lo lejos a Vampiro llegando. Le digo: “Vampiro, holaaa. Y chao. Me tengo que ir”. Le vi la cara de “no entiendo” atrás de la careta y sus dos mascarillas. “Mi hijo acaba de salir positivo en covid, y como estuve en contacto con él, mejor me voy a la casa a aislarme”. No sé si son ideas mías, pero juraría que dio un pasito casi imperceptible hacia atrás. La persona más obsesiva que conozco con todo el tema pandémico es Vampiro, así que desde acá le pido disculpas por el sustito. Faltaban 21 minutos para la 1:00.

No me pregunten cómo, llegué a mi casa a las 12:47, veryconfundida y acelerada. No sabía si tocar base con mis hijos primero o resolver lo del programa. Ganó el programa. A diferencia de diciembre, que fue la primera vez en que el covid tocó a nuestra puerta, en esta vuelta no cundió el pánico y hubo cero drama. Pero increíblemente, en ese breve lapso, Gabriel ya se había instalado nuevamente en la sala, con su ropa, almohadas, juguetes y sábanas. Todo con tal de estar lo más lejos posible de un posible contagio, sin importar que la noche antes  había compartido un sushi con su hermano. Oh, well…

Iba a conectarme al Zoom por la computadora, hasta que me acordé que no tengo una. O sea, tengo una, pero se la presté a mi hijo mayor, así que para efectos prácticos, no tengo nada. Así que a usar el celular.

Busqué mi mesita, busqué los audífonos, busqué el adaptador, me conecté al Zoom y me asusté cuando vi humo en la cabina, hasta que caí en cuenta que no se estaba incendiando, sino que la estaban fumigando. ¡Ay! No sé cómo, pero todavía tenía mi termo de café –el que no me había tomado- a mano. Desconecté los teléfonos, que nunca suenan, pero estoy segura que ese día no hubieran parado, y amenacé a todos en mi casa para que no hicieran bulla ni me interrumpieran. Ahora que lo pienso, agradezco que a los vecinos de arriba (¿o serán los de abajo?) no les dio por ponerse a taladrar ni martillar.En fin, el programa quedó muy bien, y una vez terminamos, muté a modo “mamá”.  Afortunadamente todos mis hijos se sienten bien. Escribo esto en el día tres del aislamiento preventivo y esta sigue siendo una historia en desarrollo…

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