Lo que se quedó sin decir

LAS PALABRAS QUIEREN SER LIBRES, PERO A VECES SOBRAN.

LAS PALABRAS QUIEREN SER LIBRES, PERO A VECES SOBRAN.

La invitación fue inesperada, una puerta que se abrió sin yo haber tocado el timbre. Sabía que lo que me esperaba del otro lado era algo que prefería esquivar. Un umbral que no me provocaba cruzar.

Aun así, acepté ir a cenar con esta persona, si no para disfrutar de una agradable comida, al menos para descargar todas las palabras que por años se quedaron sin decir.

Resulta que, con el tiempo, los sentimientos se diluyen, los recuerdos se evaporan, pero las palabras nunca dejan de querer ser pronunciadas.

Los años son candados en una jaula, pero las palabras que permanecen adentro, siempre querrán volar libres a donde les toca.

Mi lista de reclamos era larga; tan completa como el menú que sostenía en mis manos. Pero así como uno duda entre cuál plato pedir, yo cavilaba por dónde empezar.

La conversación giraba en torno a temas mundanos y silencios incómodos. Ninguno de ellos me alentaba a abrir candados.

Decidí no extenderme en palabras y escoger bien unas pocas. Cuatro, para ser exacta: «Me hiciste mucho daño». Esa frase tejía un enorme saco sin fondo, donde podría echar de todo. Cada herida ocasionada por acción u omisión, cualquier mentira o media verdad. Gritos que fueron misiles y silencios que me aplastaron.

Pero sabiendo lo que ya sabía, conociendo el desenlace, ¿sería honesto de mi parte decir eso?
¿Acaso un carbón es lastimado por la presión excesiva que lo transforma en una piedra preciosa? Un grano que se convierte en un aromático café, ¿le reclama al agua hirviendo? Lo mismo con un cincel que talla una piedra, y otras obras en proceso.

Mi mente errante recordó las Olimpiadas. En una carrera, los obstáculos no están ahí para que los atletas se tropiecen, sino para que salten por encima de ellos. A veces sin gracia, otras con aparatosas caídas, pero solo superándolas todas, alcanzan la línea de meta.

Muchas de las cosas que viví me dolieron, pero no, no me hicieron daño. Me cambiaron, me moldearon, y hasta me brillaron, como papel lija.

Reformulé mis palabras. Podía hablar del dolor, ¿pero hace falta decirle al agua que moja?

Por eso, la noche concluyó sin yo haber dicho nada.

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