La pesa no es la enemiga

Y TAMPOCO ELECTROCUTA.

Sé que no muerde. Pero le tengo terror a la pesa.

Treparse en ella supone enfrentar dos cosas: realidad y consecuencias.

Es chistoso, porque lo único que la pesa hace es presentarte una cifra, un número que, aunque desconocías, de seguro podías especular. La ropa no miente y tu espejo tampoco.

No obstante, le tengo terror a la pesa. Una cosa es sospechar, y otra muy distinta confirmar. Cuando me alisto para subirme en ella, es con pies temblorosos y zozobra. Jo, ni que fuera a electrocutarme, pero por eso evité encararla por los dos años que han transcurrido desde que empezó la pandemia.

Ya, no me juzguen. Han sido años difíciles. Complicados. ¿Qué necesidad había de sumar una frustración más?

Así pasaron los meses, con la promesa distante de algún día hacer dieta, pero los otros días no. Entre barras de chocolates y pintas de helado, mi ropa se fue encogiendo poco a poco…

Hasta que un día me percaté de que nada de lo que tengo en mi closet me quedaba. NADA. Ok, solo los vestidos anchos de antes y los pantalones con elástico que compré durante la pandemia.

Tenía dos opciones: donar mi closet y reemplazarlo por otro, uno o dos tamaños más grandes, o ponerme pilas y en serio rebajar. Decidí rebajar.

Empezar un programa alimentario es bastante parecido a comprar un pasaje de avión: necesitas saber tu punto de partida y el destino final. Por ende, no hay escapatoria: te debes pesar.

Todo este tiempo yo, ilusamente, pensando que me había subido 20 libras. Estaba equivocada; eran muchas más. Horror. (No sean metiches, que no les voy a decir cuántas. Me da pena).

Pero así como da susto pesarte cuando vas de subida, es muy emocionante hacerlo cuando vas de bajada.

Me complace anunciarles que ya voy a medio camino, y en estos momentos la pesa y yo somos amigas.

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