Alguien que limpie el café

FILOSOFANDO EN UNA SALA DE ESPERA.

Tengo diez minutos aquí sentada.

Pacientes entran y pacientes salen. Una señora ojea desganada una revista. La que está sentada a mi izquierda habla por teléfono a todo pulmón. La persona que la escucha del otro lado de la llamada no es menos escandalosa: entiendo cada palabra de la conversación entre ambas, y así me entero de que hace tiempo que no visitan a su mamá.

Cuando me anuncié en la recepción, mis ojos navegaron por la sala de espera, para ver dónde me sentaba. Quedaban dos sillas. Escogí esta, porque la otra estaba manchada.

Pero desde el ángulo donde me encuentro mientras escribo esto, me percato de que no era una simple mancha. Es un café regado. El vaso descartable está en el piso, sobre un charco grande y todo salpicado.

Oh, well”, pensé, suponiendo que pronto se aparecería alguien para limpiar ese reguero. Al cabo de unos minutos, me di cuenta de que no vendría nadie. Me dirigí a la recepcionista para ponerla al tanto, y ella contactó a la señora de aseo, quien tuvo la amabilidad de limpiar los muebles y trapear el piso.

Ahí termina el cuento; ahora empieza mi análisis.

Lo primero: no entiendo a qué clase de persona se le cae un café, y sigue de largo como si nada. Pero voy a darle el beneficio de la duda y pensar que… ¿tal vez entró repentinamente en labor de parto?

Lo que me impulsó a escribir esta disertación, aparte de que estoy aburrida y ya llevo media hora esperando a que me atiendan, es que me deja muy perpleja el hecho de que nadie en la abarrotada sala de espera dijo -ni hizo- nada. Tuve que llegar yo, con mis ligeros rasgos obsesivo compulsivos, a dar la voz de alerta. Fue ahí que otras mujeres se hicieran eco de mis palabras, expresando a la recepcionista frases como “eso lleva rato ahí”. 

¿En qué clase de ecosistema vivimos en que la gente evita una silla, toma desvíos y hace maromas para no pisar un charco de café, pero aparte de eso son indiferentes?

No digo que lo limpien, pero al menos reaccionen. 

Esto me recordó el fenómeno psicológico llamado efecto espectador: es menos probable que alguien intervenga en una situación de emergencia, cuando hay más personas cerca.

Aunque afortunadamente hoy no hubo una emergencia. Solo un café derramado.

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