El niño que creció

(Y LA NIÑA QUE PIENSA QUE LO HIZO).

El tiempo es una locomotora que traquetea a toda velocidad, sin paradas y en una sola dirección: siempre hacia adelante.

El otro día llevé a Gabriel, el menor de mis cinco “cosas”, a la librería en el mall. Lo había sobornado, quiero decir, motivado para que hiciera algo, y ahora me tocaba comprarle el regalo prometido. Me pidió un libro, pero lo que él no sabe es que esa petición me hace más feliz a mí, que a él.

Cuando llegamos a El Hombre de La Mancha, buscó sombra frente al estante de los libros juveniles. Manoseó varios ejemplares, ojeó algunos, y como no se decidía entre dos, terminé comprándole tres. Nos sentamos en la cafetería de la tienda a comer un croissant, removió el plástico del primer libro y empezó a leerlo. Se le notaba el entusiasmo puro de un niño de su edad.

Por eso, me agarró desprevenida cuando nos levantamos para irnos, y en vez de enfilar hacia el carro, me preguntó: “Mami, ¿podemos ir a Bershka a ver si hay ropa nueva?”.

¿Guat? ¿Qué? ¿Cómo? ¿Desde cuándo a mi bebé le interesa algo taaan de gente grande, como ropa? Y lo más insólito, ¿escuché bien? ¿Dijo Bershka?

¿Qué pasó con el pequeño que llevaba obligado a Poppy’s, y debía ser sometido para que se midiera la ropa que yo le escogía?

¿Dónde quedó el niño que me pedía que lo llevara al centro comercial, pero a cazar pokemones y comprar Legos?

Gabriel ya tiene 12 años, pero no estoy lista para despedir al único bebé que me queda en casa…

Mientras tanto, mi cuñada tiene el mismo problema, pero diferente.
“Niñas, nos vamos”, exclamó un domingo, haciendo el llamado desde la puerta para salir en familia a almorzar.

La sorprendida fue ella, cuando apareció su primogénita, con sombra azul en los párpados, labial rojo y una carterita al hombro.

“Estoy lista”, exclamó espléndidamente, cual reina de Carnaval. Por supuesto, su madre discrepó.

Algunas horas más tarde, estaban terminando de comer en el restaurante. Mi sobrinita estaba con la cara lavada y aún enfurruñada. “¿Qué  tienes?”, le preguntó mi cuñada.

“Mami, lo que pasa es que tú no entiendes que estoy creciendo”, respondió su piojita. Esa semana, cumplía ocho años.

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