Volando en el Arca de Noé


Y OTRAS ODISEAS EN EL AIRE.

Los animales despiertan en mí sentimientos de ternura, a veces me dan ganas de hablarles y acariciarlos, pero definitivamente no quiero compartir mi espacio con ellos, y por encima de todo, nunca disfrutaré que me laman, ladren o babeen. Mucho menos en los confines apretados de un avión.

Ya van dos veces que me dispongo a viajar, embarco la aeronave y observo horrorizada quién será mi vecino de vuelo: un perro con las dimensiones de un caballo.

Ustedes pensarán que estoy exagerando, pero les garantizo que no. Uno se parecía a Cujo, y el más reciente era un can que se acostó en el suelo, a lo largo de tres asientos, como una alfombra XL. En dos sillas iban sus dueños. En la otra iba la víctima, que digo, el pobre muchacho que tuvo la suerte de que el vuelo no iba lleno y pudo cambiarse de puesto. 

Estoy clara que los perros, al igual que otros animales, son seres vivos que merecen un trato ético y libre de crueldad, pero jamás antepondría la comodidad o bienestar de un perro, pollito o hurón, a la de un ser humano.

Entiendo que en muchos casos, la presencia de un animal de grandes dimensiones no es por elección, sino una necesidad, al tratarse de perros guía o con otra función particular, pero creo que se está acercando el momento en que las aerolíneas propongan soluciones. O como sugirió una lectora, que anuncien vuelos con opciones pet-friendly y otros pet-free.

Cuando era chiquita, viajar era un suceso. Preservo una foto de mi mamá en un aeropuerto, regia, portando un abrigo de piel. Hoy en día la gente anda con las pezuñas afuera y la panza asomada. 

Pero hay cosas peores. Miren lo que le sucedió a Sydney Watson, quien compró su pasaje de avión y terminó sentada en la silla del medio, como una rebanada de queso entre dos panes de hamburguesa extragrande. Los vecinos que le tocó en ambos lados eran tan obesos, que su exceso de masa corporal de desparramaba sobre el espacio ajeno, al punto de que los apoya brazos ni siquiera podían bajarse.

Sydney se puso a ventilar su agonía en Twitter, denunciando este abuso. 
Yo estoy de acuerdo con ella, pero a juzgar por la cantidad de hate que recibió, pareciera que trató de abrir la puerta a medio vuelo. La acusaron de gordifóbica, intolerante, mala gente y otro poco de cosas. Vivimos en un mundo tan irracional, que eres atacado por las razones equivocadas.

Viajar en avión es usualmente incómodo y caro. Te sientan en el equivalente de una caja de cartón. Si eres alto, tienes que hacer contorsionismo para cruzar las piernas. 

Es como bienes raíces; ¡cada cm cuadrado vale!, y no quieres compartirlo con el mondongo ajeno ni quieres que te toquen, suden o respiren encima.

Las aerolíneas pesan tus maletas, y si te pasas una libra quieren cobrarte sobrepeso. En cuanto al equipaje de mano, debe tener dimensiones específicas. Entonces, qué ironía que le prestan más atención a las maletas, que a las personas.

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