el café con teclas
Recuerdos en baño María
MI HISTORIA CON RICHARD MARX.
La música es un caldero donde hierven a fuego lento tantos recuerdos que creíamos apagados.
Pero de pronto se abre una ventana, y la brisa que se cuela acelerada, aviva esa tenue llama.
La ventana en este caso fue la radio de mi carro, y la brisa, música de Richard Marx.
Sus canciones son cometas que orbitan mi vida. Cada cierto tiempo aparece una en la radio, que disfruto cuatro minutos, y nuevamente se pierde en el espacio. Pero por algún motivo, esta vez fue diferente.
Lo busqué en Spotify, y entre un mandado y otro, me puse a escuchar toda su discografía.
Una buena parte de mi vida está hilada con cinta de casetes, y al rebobinar en mis memorias, ya no estaba en mi carro, sino en el cuarto de mi adolescencia. Mi versión más joven, suspirando junto al tocadiscos, ahogándome en angustia, ilusión, amor, desamor. Desbordándome en mi diario.
Años después, me encuentro en México D.F. La emoción de un viaje con mis padres y hermanos se multiplica al descubrir que, justo en esos días, mi cantante favorito se presentaría en esa ciudad, y para mi inmesurable júbilo, se estaba hospedando en nuestro mismo hotel.
Lo vimos en concierto, pero por más que intentamos, no nos lo topamos. Me río al recordar el regaño indignado de mi mamá, cuando regresó de una cena con mi papá, y nos encontró a mi hermana y a mí, sentadas en el lobby, calzando las botas de moda y con nuestros pantalones Vértigo, esperando ver a Richard Marx. Mi cámara Cannon verde no llegó a retratar a mi artista; ni siquiera a salir del estuche.
Décadas más tarde nos volvimos a cruzar, esta vez en Miami. Ya no tengo una cámara; ahora tomo fotos con mi celular. Increíblemente, no mantengo una sola foto del concierto. La única que tengo es un selfie acompañada de mi error favorito. Tal vez estaba tan enfrascada en disfrutar el tiempo que nos quedaba, que no hacía falta reparar en más nada. En esos fugaces instantes, mi alegría estaba completa. El celular sobraba.
Y aquí estoy ahora, seis años más tarde, escuchando de nuevo a Richard Marx.
Ya no estoy en un cuarto con alfombra morada, ni en un auditorio en otra ciudad. No soy una adolescente soñadora ni una mujer que da pasos en falso.
Solo soy yo, aquí y ahora, con la certeza de que la música no es del que la escribe ni de quien la canta. La música le pertenece a quien la escucha.