Me acaba de pasar algo simple, pero extraordinario, mientras manejaba por una transitada calle de la ciudad.

Paré en el semáforo. Estaba de primera bajo la luz roja. Habían dos carriles, y yo estaba en el de la izquierda. Un poco más adelante, en la mitad de ambos paños, aguardaba un señor en silla de ruedas, con su brazo tan extendido, como su condición se lo permite. Su cuerpo está golpeado, por la condición que lo aflige, y es obvio que aunque la silla tiene ruedas, no puede trasladarse por su cuenta en ella. Aún así, cada vez que paso por allí, lo veo, imagino que con su espíritu a flote, a ver qué recoge en el día.

Sin pensarlo metí mi mano en la cartera, y de mi billetera saqué un dólar. Pero cuando me dispuse a bajar la ventana del lado del pasajero, caí en cuenta que este señor no iba a poder aproximarse a retirarlo. Y yo, abrochada con mi cinturón en el carro, tampoco podía llegar donde él para dárselo.

En el carril de al lado, también aguardaba la luz verde un enorme camión. Me di cuenta que el conductor me estaba mirando, y evaluando la situación. Me hizo señas de «no se preocupe». Habrá leído en mi rostro la expresión de «¡Ni modo!», pues la luz no demoraba en tornarse verde, y con ella, me iría con el dólar aún en mi mano. El conductor se desabrochó su cinturón, descendió de su camión, se aproximó a mi carro, me pidió el dólar, y se lo llevó al señor. Luego volvió a su camión, subió y se abrochó, justo a tiempo para acelerar e irse con el cambio de luz. Y eso fue todo.

Ahora mismo estoy pensando «Vaya, el mundo no está tan mal como a veces pienso…». Qué fácil es transformarlo con un gesto, una palabra, o una pequeña acción. No se necesita mucho dinero ni tanta bulla, para lograrlo.

Yo puse el dolar; pero este señor puso de sí, para aliviarle un poco la vida a otro ser humano. Y creo que eso no tiene precio. Si tienes la posibilidad de hacer algo bueno por alguien, hazlo. El mundo necesita más de eso.