Algunas cosas no se deben forzar

Estoy segura que esto es algo con lo que todos nos podemos identificar.

Hace como dos meses acompañé a mi mamá al mall. Ya allí entramos a ver unos zapatos muy bellos que había dejado separados en una tienda muy exclusiva. «¿Te gustan?», me preguntó. «Me encantan», le dije, pero conociendo su gusto, requisitos y limitaciones con los zapatos, y al percatarme que estos eran de plataforma y kilométricos añadí, «Mmmm, ¿pero no están un poquito altos?».

Resulta ser que ella ya se los había medido. Sí, le parecieron un poco altos. Sí, eran un chin incómodos. Y sí, como el tacón era de madera los sentía un poco inestables para caminar. Pero a pesar de todo eso, le parecían hermosos, y el revestimiento interno de piel de culebra le daba el toque de gracia necesario para llegar a la conclusión de que los zapatos LE IBAN A QUEDAR. No sé cómo, pero de una u otra forma, iba a dominar el arte de caminar en ellos.

“Mami, no los compres”, le dije. “Es cuestión de práctica”, me contestó. “Si no puedes ni caminar en la tienda con ellos, ¿cómo pretendes practicarlos?”, insistí. “Es que la alfombra acá hace que se resbalen. Los probaré en el piso de la casa y les haré break in”, racionalizó. A todo eso, el vendedor no paraba de exclamar “Oh, señora F, se le ven hermosos y son el último par en su tamaño” (ese es el truco más viejo en el librito de los vendedores…).

Mi paciencia es corta y además esto era como presenciar un descalabro a punto de suceder sin poder impedirlo. Así que le dije “Te espero afuera”. La cosa es que un rato después salió con las manos vacías y pensé que ahí murió el tema.

¡Pero no! Ayer conversaba con mi sobrina y me contó emocionada de los zapatos espectaculares que le regaló la abuela. ¿Huh? ¿De qué zapatos hablaba? Resulta ser que al final la abuela sí los compró, no los dominó y encontraron una nueva propietaria en la nieta feliz (dichosa ella que usa el mismo tamaño).

Le dije a mi mamá “¿Qué es lo que pasa contigo? ¡Pensé que no los compraste! ¡Te dije que no ibas a poder usarlos!”, y su respuesta simplista fue “¿Qué hago? Me enamoré de ellos”. Bueno, ¡yo me enamoré de Ben Affleck y no por eso le pido que se case conmigo!

Pero la verdad entiendo la línea de pensamiento tras ese costoso chasco. Vio unos zapatos hermosos, sentía que debía tenerlos en su vida (o al menos sus pies), y a pesar de que no eran el “right fit”, ahí comenzó su proceso mental de racionalización. “Es cuestión de costumbre, el pie se va a amoldar, no importa que es como caminar sobre un escalón…».

Llámese zapatos, amistades, relaciones, trabajos, contrataciones, etc. esto es algo que nos pasa a muchas personas. Uno se enamora de la idea de algo, y aunque es obvio que no es compatible con nuestra forma de ser, valores o estilo de vida, nos tratamos de engañar pensando en que mágicamente vamos a superar todos los impedimentos, pero no es así. ¡En la vida hay cosas que no se pueden forzar!

Hagas lo que hagas, o trates lo que trates, simplemente hay cosas que no van a funcionar. Entre más rápido lo aceptes, más fácil será que sigas tu camino. Fin de historia.

 

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