el café con teclas
Cómo empezó todo
No recuerdo exactamente cuándo empecé a escribir. Solo sé que de niña, los regalos que más disfrutaba recibir eran libretas y cuadernos. Mis favoritos eran rosados y de personajes como Hello Kitty y My Melody. Y si venían acompañados de la pluma que les hacía juego, ¡mi felicidad estaba completa!
Yo andaba por la vida escribiendo lo que fuera: diarios, cartas, canciones, listas, poemas, quejas… Una vez estaba tan brava con mi hermana mayor, que fundé un club en su contra. La única persona que pude reclutar para tan distinguida asociación fue mi hermana menor, y teníamos la libreta de registros de «El Club Antikakarina», donde anotábamos todos los atropellos de los que éramos víctimas.
Pero la obra cumbre de mi infancia, fue mi primera (y única) novela, «La Esclava y el Vendedor de Salchichas», de la cual conservo la primera (y única) edición, que con sus hojas amarillas y enmohecidas, es un elocuente testimonio a mi cerebro fantasioso y al amor por la escritura que he sentido desde temprana edad.
En la escuela dirigí el periódico escolar, y más adelante conseguí varios trabajitos escribiendo para diversos medios y situaciones. Pero lo más emocionante en mi vida entera fue en 1995, cuando conseguí un trabajo a medio tiempo en el departamento de suplementos de La Prensa, escribiendo para esta misma revista que están leyendo. Era como un sueño hecho realidad, en especial porque no conocía a más nadie que trabajara en un periódico. Hasta ese momento, me parecía algo inalcanzable; lo más grande que podía existir.
Mi primer día en el trabajo fue inolvidable: estaban haciendo un especial de cocina, y mis primeras asignaciones fueron hacerles entrevistas a los chefs de Ginza y de Ricuras de Esther, quienes iban a compartir algunas de sus recetas con nuestros lectores. En Ginza nos prepararon un banquete, que después el fotógrafo y yo degustamos felizmente, y de Ricuras salí con un postre de café. Lo mejor de todo fue cuando regresé de vuelta a la oficina, la jefa del departamento (alguien que al día de hoy tengo en gran estima) me regaló unos boletos de cortesía que ella no quería para el concurso de Señorita Panamá, donde iba a cantar Ricardo Arjona. ¡No podía creer que este era mi nuevo trabajo, por el cual de hecho me iban a pagar!
Al mes me ofrecieron el tiempo completo, y los siguientes 2 años fueron unos de los mejores de mi vida. Compartí con gente maravillosa, adquirí experiencia, aprendí cosas nuevas y mejoré las que ya sabía.
Después me casé, tuve hijos y me ocupé con otras cosas, pero el papel y teclas siempre han estado cerca de mí. De casualidad y por las vueltas de la vida, casi 20 años después estoy de vuelta en el mismo lugar, haciendo lo que más disfruto, y qué más dichoso que empezar el año estrenando esta columna que creé hace un año, cuando a falta de encontrar un trabajo que me gustara, decidí inventar uno en forma de blog.
Cuando las cosas no llegan a uno, debemos ir a buscarlas. Todos tenemos un talento, aunque no sea algo trascendental como salvar vidas y construir grandes obras. Pero si a través de mis relatos puedo llevarle una sonrisa a los demás, considero que le di buen uso al mío. Eso es lo que aprendí en el 2014. ¡Vamos a ver qué nuevas lecciones trae el 2015!
Gracias Sarita! por este legado en la web, no expira y justo lo estoy leyendo en el año 2020, pero justo en el momento indicado de mi vida.
Después de muchos años miedos, me atrevo a escribir y me atreví ofrecer servicios de escribir artículos y contenidos para redes. Todavía me sorprendo! El valor que tenemos escondido y sale en el momento indicado.
Wow, me sorprendió leer este mensaje después de tanto tiempo! Nunca es tarde para avanzar. Éxito en todo lo que emprendas Amelia.