el café con teclas
Un adiós inesperado (o el fin de una era)
Se estaba acabando el 2014 y pensé que ya había esquivado todas las balas que me disparó el año. Por eso fue una sorpresa de esas que te sacuden, cuando el 29 de diciembre, a escasas 48 horas para que se terminara, llegué al salón de belleza para hacerme mi respectivo blower y Gustavo, mi estilista, me dijo así, de la nada: «No sabía cómo decirte esto, pero me voy para Nueva York».
Si me hubiera dicho solo que se va a Nueva York, le hubiera contestado «¡Qué rico; buen viaje!». Pero ese «No sabía cómo decirte esto…» me sonó a malas noticias, y ahí me di cuenta que así sonaba, porque eso era.
«¡¿Qué?!», fue el alarido que brotó de mi garganta. «¿¿¿Para siempre???», añadí. Y me contestó algo por el estilo que sí, que iba a probar nuevos horizontes.
Antes de proseguir con mi relato debo decir que Gustavo me ha peinado desde que me convertí en una clienta fija del salón. Mi cabello en su estado primitivo, tal como lo dispuso la naturaleza, es horrible. HORRIBLE. Indomable y medio cucús. Así que tiene un enorme mérito la presencia de Gustavo en mi vida (o por lo menos en mi apariencia).
Le dije, con un par de lagrimitas asomadas: «¡No lo puedo creer! ¿Cuántos años son?» y me contestó «19». Eso es más tiempo del que llevo conociendo mis hijos; más tiempo del que estuve con mi marido. 19 años fue el siglo pasado. Rectifico: ¡fue hace un milenio!
Quiero aclarar que no soy de esas personas que hace corazones abiertos en el salón de belleza. Me limito a hablar de cosas ordinarias del día a día, novedades, etc. Y bueno, si me quieren contar cosas ajenas las escucho (aunque no las repito). Pero hay cierto vínculo que uno establece con otra persona a quien has visto un promedio de dos veces por semana por la mayor parte de 19 años. Y más si eres un poquito vanidosa y le estás confiando tu aspecto (en mi defensa voy a decir que todas las mujeres tenemos algo de vanidad. Y la que no lo tiene, debería tenerlo. ¡Es saludable y necesario!).
Tu estilista es la persona que te arregló para tus alegrías. Estuvo ahí para celebraciones como cumpleaños y nacimientos de hijos, y cosas más mundanas como blowers a media semana. Puede ser que su trabajo te hizo caminar un poco más erguida un día que estabas triste o desanimada. El mío es el que sabe la cantidad de tiempo justa de dejarme el Love Lee en la galluza para que quede lacia, y no flechuda. Quien conoce la fórmula exacta del tinte, y la forma precisa de secarme el flequillo. Digo, eso no es información que salva vidas, ¡pero son cosas que hicieron más bonita la mía! Fue con quien experimenté cosas alocadas como mechas californianas y volarme el cabello al ras de la nuca.
Bueno, Gustavo va a probar nuevos horizontes, y yo probaré un nuevo estilista. Como sea, le doy las gracias por todo ¡y nos deseo buena suerte a los dos!
Wowoowow!! Que manera de escribir!!!
Que Original eres!!!!