el café con teclas
A Nova, ida y vuelta: Yarin Levin
SEIS MESES MÁS TARDE, AÚN NO HA PODIDO PROCESAR NI ENTENDER LA CARNICERÍA DE LA QUE FUE TESTIGO EL 7 DE OCTUBRE EN EL FESTIVAL NOVA.
Los ojos de Yarin son tan azules como el cielo, pero son un espejo de su alma y llevan seis meses nublados.
La noche del 6 de octubre estaba con su familia en la cena tradicional de Shabat. Era viernes y no pensaba ir a ningún lado. Por eso, cuando uno de sus amigos lo llamó para que fueran a un rave que había en Re’im, al sur de Israel, se negó. Sin embargo, el amigo persistió hasta convencerlo. Así fue que unas horas más tarde, llegaron al festival Nova.
Ahora Yarin reflexiona sobre todas las decisiones que lo llevaron a vivir y sobrevivir ese trágico día; las vidas que ayudó a salvar y aquellas que teme se perdieron por su causa.
Fue una noche en que la pasaron increíble y el amanecer del 7 de octubre fue particularmente hermoso. Tanto, que Yarin pensó lo afortunado que fue de haber ido al festival. Le dio las gracias al amigo por haberle insistido.
A las 6:30 a.m. las sirenas empezaron a sonar, alertando misiles. Para los jóvenes, quienes se encontraban tomando y bailando en el parqueadero, no fue la gran cosa. “Pensamos que era un ataque terrorista que pronto terminaría”.
Los minutos pasaron. Estaban tan cerca de Gaza, que veían los cohetes que eran lanzados desde allá, y las intercepciones que a su vez hacía el Iron Dome. Dos chicas se les acercaron, nerviosas, pidiéndoles ayuda. “¿Hay algún refugio anti bombas cerca?’, querían saber. Y en un giro que lo persigue al día de hoy, Yarin les indicó el camino hacia el Kibbutz Be’eri. Luego supo que ahí fueron asesinadas.
La realidad es que nadie imaginaba la magnitud del ataque que estaba en marcha. “La primera vez que nos topamos con terroristas fue cuando llegamos a una barricada en la carretera 232 y los vimos dispararles a la policía”, recuerda Yarin, quien estaba con sus amigos, tratando de huir en carro. Pero incluso eso, pensó que era un hecho aislado.
“Tienes que ponerte conmigo en ese momento”, explica. “Nadie pensaba que la frontera con Gaza podía ser vulnerada, que pudieran entrar a nuestro territorio y hacer lo que estaban haciendo”. Lo cierto es que, a esa hora, el sur de Israel estaba infestado de terroristas, que explotaban, violaban, quemaban lo que vieran a su paso.
Se escuchaba el estruendo de los misiles en el cielo y disparos por todos lados. Yarin y su grupo trataron de cambiar de rumbo al oeste, pero no pudieron. Abandonaron el auto y empezaron a correr en medio de la confusión, incertidumbre, caos.
Se toparon con un carro que venía de la dirección contraria. “¡Nos están masacrando!”, gritó el conductor, con mirada aterrada y el rostro desfigurado por la angustia.
Yarin se preguntó cómo era esto posible. La masacre estaba atrás, de donde ellos venían, no adelante, hacia donde iban. “Me quedé parado allí por un buen minuto, solo tratando de entender lo que decía”…
Poco después, vio lo que quedaba de una fiesta, cerca del kibbutz Re’im. No entra en detalles; solo dice que fue terrible y un evento con víctimas masivas. La mirada de sus ojos llena los espacios en blanco.
El camino a casa
Después de haber estado corriendo de un lugar a otro, tratando de procesar lo que estaban viviendo, Yarin y sus amigos hicieron una pausa para evaluar el siguiente paso. Uno de ellos tenía suficiente carga en su celular para ver el mapa. Decidieron dirigirse hacia Patish.
Al rato se dieron cuenta de que otros sobrevivientes los seguían. Poco a poco más jóvenes se fueron uniendo al grupo.
“Simplemente nos seguían”, relata Yarin. “No sabíamos lo que estábamos haciendo, no sabíamos lo que estaba pasando, y a duras penas había señal para hacer una llamada desde el celular”.
Le demoró unas 10 horas volver a casa. Fue un camino largo y difícil. A pesar de no haber sucumbido a ese trágico día, Yarin prefirió no avisarle a su mamá que estaba vivo, en caso tal de que lo mataran luego de hacer esa llamada.
De todas las escenas terribles que presenció ese día, esta es la que no puede sacar de su cabeza: llegar a su casa y ver a su madre destruída, llorando. “Yo solo fui donde ella y la besé. Hasta este día, mi familia no sabe la historia completa de lo que pasé”.
Tras unos minutos, Yarin fue a su habitación, se bañó y se acostó a dormir. Cuando se levantó, tres horas más tarde, fue a reportarse como reservista. Así culminó su octubre 7.
No hay tiempo para sanar
Israel no es ajeno al terrorismo. Previo al 7 de octubre, había un promedio de dos ataques al mes, lo que si bien no los torna inmunes al dolor, de cierto modo los ha acostumbrado a lidiar con el horror.
Pero el 7 de octubre fue algo distinto, monstruoso, sin precedentes. “Su intención [la de los terroristas], no era atacar bases militares y conquistar kibbutz, sino humillarnos”, dice Yarin, lo cual no le discuto.
Al igual que un gran porcentaje de la población, él no ha podido procesar la carnicería de la que fue testigo. No sabe cómo hacerlo.
Sanar del trauma también va a ser complicado.
«De alguna manera, es ser egoísta con quienes fueron asesinados», admite, más a él, que a mí.
Las mañanas son el momento más difícil del día: es cuando se hace pública la lista de nuevos caídos. «Y ves un nombre, y ni siquiera sabes quién es, pero sacas una lágrima y empiezas cada día en un mal estado. Así que no hay tiempo para sanar».
La nueva normalidad
Antes del 7 de octubre, Yarin siempre portaba un arma, no solo para su defensa personal, sino para reaccionar de manera contundente a cualquier amenaza. Hoy anda con una pistola y dos cartuchos más, listo, en espera de lo inesperado.
Su forma de ver las cosas también ha cambiado. “¿Cómo puedes tener fe en la humanidad después de las cosas que vi y las cosas que les hicieron a nuestras mujeres?”. A pesar de eso, trata de aferrarse a la que le queda.
“Tenemos que seguir siendo fuertes, no importa donde estemos. Estamos luchando, no solo en Gaza y en Israel, sino alrededor del mundo. Ser judío hoy en día es bastante difícil y me siento obligado a seguir viviendo y luchando, sea como sea”.