Abracadabra patas de cabra

Recuerdo vívidamente haber sacado el tiquete del dispensador cuando entré a los estacionamientos del centro comercial. Casi lo iba a poner en el visor, pero me acordé que hay que validarlo, por lo que estoy SEGURA que lo bajé conmigo del carro. Pensé haberlo guardado en el bolsillo posterior de mi jean, pero debe ser que me lo imaginé, porque no está ahí.

Busco, pero tampoco aparece en mis otros bolsillos, revuelvo la cartera, vuelvo sobre mis pasos, reviso el piso, abro el carro, miro debajo de los asientos, y nada. ¿Dónde rayos quedó?

Recuerdo el fastidio que sentí la vez que tuve que ir al mostrador de los boletos extraviados. Era una mañana que fui al mall apenas abrió, a las 10:00 a.m., a devolver una mercancía que habíamos usado para una sesión de fotos el día anterior. Si estuve 40 minutos ahí, fue mucho. Pero, oh sorpresa, cuando me dispongo a pagar el estacionamiento, el bendito boleto no aparece. De nuevo busco, agito, revuelvo y mareo, y nada. Es desconcertante. No hay taaantos lugares donde puede estar un boleto que tenías hace apenas un rato en tus manos, pero hizo un Houdini y desapareció. ¡Puf!

Pero a la gente del mostrador no les interesan tus misterios por resolver, y me cobraron $10 por mi boleto perdido. No importa que en teoría tenía una hora gratis de estacionamiento. ¡Quién me manda a no cuidar el boleto! Cuando me subo al carro, lo arranco y empiezo a echar hacia atrás, veo un rectángulo de papel que aparece debajo de donde estuvo mi carro momentos atrás. ¡Grrrr! ¿Qué hace el tiquete ahí?

Así que en esta ocasión busco más, me agacho debajo del vehículo, miro de un lado, busco del otro. Comienzo a dudar de mis facultades. Me impaciento, me desconcierto, me exaspero. ¿Dónde está? Esta vez no me iba a quedar con el enigma sin resolver, y tras una exhaustiva labor investigativa, lo encontré. ¿Saben dónde? Adentro del basurero en la puerta del mall.

¿Qué hacía ahí? No estoy 100% segura, pero cuando me bajé del carro, iba comiendo un sándwich. Antes de entrar al centro comercial, boté el papel en el que venía envuelto, las servilletas, la bolsa, la lata de soda, y aparentemente el boleto del estacionamiento. Entre tanto chéchere me distraje.

Cuando atisbé el mentado tiquete en el basurero, enfrenté un dilema. ¿Ahora qué hago? El basurero no era uno de esos chiquititos de oficina… era uno de esos tanques tamaño feria, con una apertura redonda arriba. El boleto estaba en el fondo, y creo que ni metiendo mi brazo hasta el hombro lo hubiera alcanzado. La cáscara de guineo que divisé me convenció de que lo mejor sería ir de nuevo al mostrador de boletos perdidos. ¡Grrr!

Así que no es que desaparecen por osmosis o se teletransportan a un universo paralelo. Cuando los boletos de estacionamiento se pierden, van tan lejos como nuestras mentes dispersas los dejan llegar.

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