Arreglar el mundo

Muchas veces me invade la duda de cuál es mi misión en la vida. Yo sé, yo sé, suena cursi, porque lo es, pero creo que en algún momento todos nos hemos enfrentado a esta interrogante que es fundamental en nuestras vidas. El que no lo ha pensado debería apartar unos minutos para evaluarlo, ¡dizque ya!

No creo que llegamos al mundo solo para tomar margaritas ni a dedicarnos a apagar fuegos ni a saltar obstáculos. Tampoco creo que todos tenemos roles trascendentales: descubrir vacunas, salvar vidas o inventar el blower.

Por un tiempo viví pensando que mi función era ser un flotador. Ahora me inclino a pensar que tal vez lo que el universo requiere de mí es que críe a mis hijos para que lleguen a ser hombres de bien, de modo que su presencia sea un activo para el mundo.

En otras ocasiones digo, ¡quién sabe! Tal vez por accidente descubra algo revolucionario para la humanidad y mi nombre quede registrado en los libros de historia y nombren escuelas públicas en mi honor.

No me da pena admitir que otros días estoy tan harta con todo, que rehúso creer que no haya más en la vida que estar lidiando con las sandeces de algunos tontos, y todo me importa un rábano, y cuestiono cuál es la idea de estar aquí en primer lugar.

Pero después recibo correos como el de la señora Belkis, escritos por gente que nunca he visto ni conozco, y me doy cuenta de que sin querer y de relajo toco las vidas de otras personas. ¡Y qué bien se siente eso!

Ella se tomó el tiempo de escribir y compartirme las vivencias de su cumpleaños en respuesta a una de mis columnas. A lo largo de los últimos meses hay quienes me han enviado e-mails para darme sus opiniones, pedirme consejos o incluso felicitarme. La verdad no sé ni por qué, pues no siento que lo que hago sea muy especial. Simplemente escribo lo que pienso. Sí me esfuerzo para expresarlo de una manera que le llegue a la gente, pero eso es todo. Y no crean, también he recibido mi parte de correos de haters, pero afortunadamente son los menos, y por lo usual presumo que vienen de personas que no tienen sentido del humor.

Pero volviendo a lo positivo, entonces me doy cuenta de lo afortunada que soy y me siento bendecida de tener la capacidad de expresarme de una manera que los demás encuentran elocuente y reflexiva.

Lo cual me lleva a mi interrogante inicial. No tengo idea de cuál es mi misión en la vida, aunque barajeo algunas posibilidades. Pero he descubierto que todos, todos sin excepción y sin importar nuestras aptitudes y habilidades, tenemos la oportunidad de tocar para bien la vida de la gente que nos rodea. Una palabra, un favor, una sonrisa, una cortesía… muchas veces sin darnos cuenta siquiera. Y así llego a la conclusión de que esa es nuestra misión global: hacer lo mejor que podemos con lo que tenemos. Eso sin duda tocará la vida de los demás. Así que sostenle la puerta a un extraño, ayuda a la vecina a cargar sus bolsas, ofrécete a tomarle la foto al grupo de gente esforzándose por un selfie, haz el intento de decirle algo bueno a esa persona que te cae en la punta del zapato… Creo que toda la raza humana se beneficiaría con esos pequeños gestos que traerían más bienestar al mundo que la próxima vacuna.

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2 comentarios

  1. Hola Sarita, la misma interrogante me la planteo a diario, sobre todo porque hay demasiados conflictos, con tantas malas noticias, pareciera que lo que hacemos es nada para arreglar el mundo.
    Pero sé que no somos quienes resolveremos los grandes conflictos del mundo, como el terrorismo del Estado Islámico, el conflicto de Gaza, la Guerrilla Colombiana, el incremento del narcotrafico que los premian con novelas ahora, entre muchos más.
    Pero si entregamos lo mejor de nosotros a nuestra familia y a nuestro prójimo, esos pequeños y diminutos gestos harán la diferencia.
    Saludos cordiales,

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