el café con teclas
Aventuras en alta mar
Mi familia es como la familia de Toula en ‘My Big Fat Greek Wedding’. Solo que no somos griegos ni hay boda, pero por lo demás somos idénticos: numerosa, unida, bullera, idiosincrática y divertida.
Para carnavales nos fuimos de viaje casi todos en crucero, algo difícil de orquestar, pero con cuatro generaciones en la colada, fue una experiencia imposible de igualar.
La primera parada fue en una isla cuyo nombre no me acuerdo (sabes que el lugar no tiene mucho por ofrecer cuando en el tour te muestran como atracción turística la oficina de un proveedor de internet). Pero al rato paramos por refrigerios en un sitio, y cuando mi sobrino se iba a comer unas papitas, lo correteó un burro de los que pastaban por el lugar. Ese es el mismo sobrino de 8 años que metió su pijama y ropa interior en la bolsa del dry clean del hotel y la llevó a la recepción para que se la lavaran. Cuando iban a hacer checkout para ir al puerto, le dijo a mi hermana: “Mami, ¡no nos podemos ir! Falta mi pijama, la devuelven después de la 1:00″. De más está decir que casi lo guindan…
En el crucero participamos en los karaokes. Algunos de nosotros cantamos tan mal y desafinado que los otros casi nos atoramos de la risa. Pero bueno, las familias que se ríen juntas, ¡permanecen juntas!
En San Juan salimos a caminar. Todo iba bien en busca de La Fortaleza en la Ciudad Vieja, hasta que vimos a unos turistas con vasos desechables de Starbucks en la mano. Eso para algunos fue como un espejismo, y todos tuvimos que hacer un detour para peregrinar en manada en busca del Starbucks de la discordia.
En Cayo Levantado el día salió lluvioso, por lo que en vez de ir a la playa optamos por tomar un tour a una plantación de cacao, donde nos prometieron chocolate caliente «directo del árbol». No sé ustedes, pero cuando a mí me hablan de «plantación», mi mente vuela a un sembradío con hileras de árboles y mozos uniformados con hacha en mano. Nuestra plantación era algo más por la línea de un pastizal monte adentro, cerca de la quebrada Congos Mojados. Y he ahí el decrépito puente colgante con vigas oxidadas y tablas de madera faltantes que había que atravesar para llegar a la plantación de la fantasía. Me dispuse a cruzarlo de lo más confiada y reída. Hasta le pedí a mi hermana que me tomara una foto, pero lo cierto es que a medio camino me entró un ataque de pánico y tuvo que venir alguien al rescate. Ahora que lo pienso, increíble las cosas que hago por una taza de chocolate. Mi hermana, que resultó ser más floja, optó por tomar un camino alterno que le ofrecieron. El de ella era un río crecido con agua enlodada que le llegaba a las rodillas. No sé a cuál de las dos le fue peor.
Pero nada le gana a estar en un busito que pasa inadvertidamente por el estacionamiento de una playa nudista, como nos pasó en St. Marteen. Déjenme decirles: cundir el pánico es cuando ves a un poco de viejitos flácidos caminando hacia tu dirección. Hubo gritos, carcajadas, alaridos, madres tapando ojos a sus hijos antes de querer arrancarse los propios, ¡tan espeluznante fue eso!
Así pues, viajar en familia es rico, pero más que el viaje, es por la oportunidad de compartir y acumular risas y recuerdos con el cuñado que lo quiere hacer todo, con el que no quiere hacer nada, la hermana que no para de tomarse fotos, el que necesita dormir siesta, y los niños que se quieren quedar despiertos. En fin, con una manada numerosa, unida, bullera y divertida… como la mía.