el café con teclas
Como hojas en el viento
UNA PEQUEÑA FÁBULA.
La luz del sol se filtraba apenitas entre las frondosas copas del enorme árbol. Esta era solo una hoja más del montón, a la sombra de todas las otras que se elevaban por encima de ella, como pisos de un edificio.
En el parque, parejas trotaban por los sinuosos senderos, los niños ensuciaban sus camisas con paletas que cedían al calor, y allá a lo lejos, un grupo de mujeres se estiraba en su clase de yoga.
Esta hoja verde, brillante y hermosa, miraba con melancolía todo lo que acontecía a su alrededor. Se sentía limitada, triste y asfixiada. Tantas cosas que quisiera hacer y ver de cerca, y no podía, por estar encadenada a la tiesa rama de un árbol.
A diferencia de ella, a su derecha, a su izquierda, por arriba y por debajo, miles de otras hojas se mecían despreocupadas, bailando con la brisa.
Cada día y cada noche, esta hoja cavilaba en su triste suerte, resignada.
Hasta que de pronto, algo cambió, y su mayor deseo se cumplió. Pensó que fue la fuerza de su anhelo lo que precipitó su emancipación. Lo cierto es que algo se estremeció adentro de ella. Se aflojó, y antes de poder entender lo que estaba sucediendo, la hoja se desprendió.
No le demoró nada sobreponerse a la sorpresa. Voló por los aires, regocijada; la sensación de libertad la embriagaba. “Así que esto es lo que se siente ser libre, ¡libre!”, cantaba en su interior.
Intoxicada como estaba con su recién estrenada autonomía, se sentía invencible; empoderada. Fue dando brincos de un lado a otro, pensando que era por gracia suya, cuando en realidad iba a donde el viento la soplara.
Las horas se convirtieron en días, y tan distraída como estaba en su alegría, la hoja no se dio cuenta de que fue perdiendo su brillo. Ya no era verde, sino amarilla. Se fue secando y se tornó quebradiza.
Cuando aterrizó en el suelo como un delicado ladrillo, fue que finalmente se percató de lo equivocada que estaba. En ese ligero instante comprendió la paradoja.
En el efímero tiempo que celebró su supuesta libertad, había renunciado a lo que en verdad le daba vida. Pues solo conectada a la rama, el tronco y a las raíces del árbol recibía lo que le daba sentido a su existencia. Sin eso, simplemente era una hoja volando a la merced de los elementos.
Las personas somos como esa hoja ilusa, pensando que somos libres cuando volamos sin rumbo por dónde queremos. Libertad sin valores, propósitos y esencia, conduce al fin de la vida.
(Inspirado en una charla del rabino Paysach Krohn).