Cuando se cierra una puerta…

Hasta el año pasado mis días no estaban completos si no paraba cada mañana en la farmacia de la esquina a comprar un café de la máquina que me gusta. Era mi rutina diaria. De ahí me iba con mi vasito descartable, calentito y reconfortante a seguir mis mandados del día.

No exagero al decir que paraba cada santo día, al punto que cuando me iba de viaje y dejaba de asomarme en la farmacia, la cajera me preguntaba que a dónde me había ido.

Pero ¡horror! Un buen día llego, como de costumbre, y descubro espantada que la máquina ya no estaba y en su lugar había otra de una marca desconocida. Pasado el shockinicial, compré el café impostor, pero nada que ver. No me gustó. Al inventor que se le ocurrió cambiar la máquina dañó mi rutina y empañó mis mañanas, porque para mí la felicidad no está en los grandes momentos, sino en los placeres pequeños. ¡Quería mi café de vuelta!

Pero qué se va a hacer… Semanas después comencé mi trabajo nuevo, que ya de por sí era motivo de emoción. Pero cuando me estaban dando el tour por la empresa y me muestran la sala de conferencia, Roxana me señala así de pasada “Ah, y esa es la máquina de café”. Casi se me salen los ojos de la emoción. Era mi querido café de sabores, ¡y más barato que en la farmacia!

Sonará banal, pero este es un ejemplo que me lleva a la conclusión de que a veces nos lamentamos o pasamos refunfuñando por cosas que no lo ameritan o no estaban destinadas a ser, cuando debemos estar confiados en que todo es para el bien y tener la certeza de que hay algo igual o mejor esperando en otro lado.

En otras ocasiones perdemos mucho tiempo tocando las puertas equivocadas y llorando por cosas que no valen la pena. Puede ser un trabajo que perdimos, una oportunidad esquiva o una relación que no prosperó. Como sea, con suficiente tiempo y paciencia, todo cae en su lugar. Pero claro, hay que tener los ojos abiertos.

Sí, cuando se cierra una puerta se abre una ventana. ¡Y a veces la ventana es mejor! Me lo recordó un vasito caliente, barato y reconfortante de café.

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2 comentarios

  1. Sarita, calido tu articulo, pase por algo parecido cuando mi estilista dejo su profesion para ejercer otro trabajo.
    No encontraba quien me dejara el cabello como yo esperaba hasta que un buen dia, como caida del cielo una chica que se dedica al campo de la belleza me hizo blower y desde entonces es quien me arregla, va a mi casa, ya no madrugo a las 6:00,am por un blower. Asi que siempre se abren ventanas cuando una puerta se cierra. Saludos

    • Yo ya conseguí quien me haga el blower, pero aún no domina mi flequillo testarudo. Seguiré insistiendo a ver si logro que me quede como lo hacía Gustavo! 🙂

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