¿Cuánto cuesta un castillo de arena?

La vida es como un rally, solo que en vez de andar recogiendo pistas y sumando puntos, vamos acumulando cosas que queremos. Comida, atención, juguetes, amor, reconocimiento, aceptación… Desde que nacemos estamos continuamente queriendo y buscando cosas.

Pero a veces queremos tanto, tanto algo, que aunque esté fuera de nuestro alcance podemos rozarlo, si no con los dedos, casi con el alma.

Esta lucha entre querer y tener es tan peligrosa, que si no tenemos cuidado terminamos vendiendo cosas mucho más valiosas, creyendo que así tendremos la moneda para adquirirlas. Y esta transacción ambigua nos conduce a la bancarrota emocional.

Lo veo todos los días en otras personas, y ocasionalmente lo veo en mí. Adolescentes que quieren tener el cuerpo de una modelo y se privan hasta caer en la anorexia. Jóvenes ávidos por ser populares que están dispuestos a hacer alguna estupidez. Mujeres que sueñan con su cuento de hadas, que aceptan de todo por la remota posibilidad de tener su “vivieron felices para siempre”. Empresarios con tanta ambición que, en vez de lograr mucho, terminan con nada.

Soñar es bueno y las ilusiones son necesarias. Pero, ¿cuándo deja de ser un sueño y se convierte en una quimera?

La mente es traviesa y nos hace la pasada. Yo he querido tanto algo, que he cerrado un ojo hasta quedar tuerta. Vas bajando tus expectativas, deseando, rogando, soñando que a cambio consigas lo que quieres. Pero la realidad es que nunca debes vender de tu esencia para comprar la de otros. Si lo haces, en el proceso te vas a convertir en alguien que no eres, alguien que probablemente ni siquiera te caiga bien. Si no pones un límite, lo más probable es que llegues al punto en el que no tengas más nada que perder, y aun así tu balance esté en cero.

Al final hay que aceptar que debemos de dejar de gastar tiempo y energía regando plantas que no están destinadas a crecer en nuestro jardín. A veces soltar duele menos y es mejor que apretar.

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