De modos y medios de transporte

La primera vez que escuché la palabra Uber pensé que era un saludo en alemán o algo así. Cuando me explicaron que se trataba de un sistema de carros afiliados que ofrece un servicio de transporte selectivo, no entendí bien cómo funcionaba, pero me pareció un concepto novel.

Bajé la aplicación varios meses después como una alternativa para mandar a mis hijos a la escuela cuando los dejaba el bus. Yo sé, yo sé, en un mundo perfecto debería llevarlos yo misma, pero en esa época el bus los dejaba por lo menos dos veces por semana.

Pero aplaudí Uber desde el fondo de mi alma un día en que mi carro entró al taller para mantenimiento. Estar sin carro usualmente incomoda, pero esa vez me permitió disfrutar de una experiencia de primera clase.

Pedí un Uber para volver a mi casa de la oficina. Tomó justo los seis minutos que pronosticó el app para que arribara. Cuando llegó, primero el conductor se bajó a abrirme la puerta. Luego me ofreció agua en botella, gel antibacterial y mentitas. El agua lo entiendo; el gel y las mentitas no tanto, pero, ¿a quién le importa? Por último, cuando empezó a andar, me percaté de que la parte trasera de los respaldares tenía pantallas que estaban pasando mi serie favorita de todos los tiempos, Friends. ¡Llegué a mi casa con ganas de vender mi carro!

Ahora uso Uber para ir a lugares donde vaticino que no va a haber estacionamiento, para llegar sin perderme a sitios que no sé dónde quedan, o simplemente si tengo pereza y ando sin ganas de manejar. Que otro lidie con el tráfico por mí. Y siempre me entretengo escuchando las historias de los conductores, que son personas cordiales y educadas. Es más, lo único que cambiaría es que se relajen un poco y no se estresen preguntando si el aire está muy frío, la música muy alta o muy baja, si prefiero aire o ventana…

Si yo, que tengo carro, quedé creyendo en Uber, qué se puede decir de las incontables personas que día a día tienen que lidiar con «novoys» bajo sol o con lluvia, tarifas aleatorias, compañeros de viaje indeseables, carros carcachos, paradas indiscriminadas y sepa el Señor de qué otras cosas me he salvado yo.

Aquí en la oficina alguien que sufrió esos abusos por años y recientemente se volvió usuaria de Uber, admitió que a veces, cuando va campante en su UberX, le provoca sacarle la lengua a los taxistas. Y cómo no hacerlo, si finalmente hay una alternativa para un transporte digno. Y ni hablar de que nos endulzan con chocolates gratis (la promoción de San Valentín) y viajes de cortesía (#PanamaNoPara). Les digo que no sé ni cómo ganan plata, pero eso tampoco es asunto mío.
Lo único que puedo decir es ¡larga vida a Uber!

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