De por qué no hay que quedarse callados

Saliendo hoy del trabajo, pasé por un letrero que decía Hato Pintado, y aunque paso por ese letrero todos los días, en esta ocasión mi mente voló hacia un incidente de mi infancia.

Un día, no habré tenido más de cinco o seis años, me monté en el busito escolar que me llevaría a casa. El busito hizo su recorrido por El Cangrejo, al igual que todos los días, dejando un niño aquí, un niño allá. Pero cuando le tocaba girar en mi calle para llegar a mi edificio, siguió de largo. Me pareció raro, pero no dije nada. Yo era solo una pelaíta de primer grado, y en mi cabeza pensé que de seguro la busera tendría algún motivo para tomar una ruta alterna.

Pero al rato me percaté de que el bus cruzó la vía España, alejándose de El Cangrejo y dirigiéndose a no sé dónde. Pero todavía me quedé callada. Y allá atrás donde yo estaba, sentada en la última fila, la conductora no veía mi cabeza ni mis dos colitas, y no reparó en su omisión.

Llegamos a Hato Pintado a dejar a la única otra niña que quedaba en el bus. Ahí ya no me contuve, me levanté y con mi vocecita temblorosa le pregunté, no recuerdo si era la señora Hercilia o la señora Eneida, “¿cuándo me llevan a mi casa?”. Cuando la señora Hercilia (o Eneida) me vio y se dio cuenta de que por error se saltó mi parada y que le iba a tocar regresarse hasta El Cangrejo para dejarme en mi casa, me amonestó. “Niña, ¿¡por qué no hablaste antes!?”. Habré tartamudeado, probablemente me habrán dado ganas de llorar, pero la realidad es que no le había dicho nada porque estaba segura de que por ser ella la busera, sabía lo que estaba haciendo.

Craso error. Y aunque me ha pasado muchas otras veces a lo largo de los años, ahorita estoy pensando que nunca hay que tener miedo de abrir la boca. ¿Cuántas veces nos quedamos callados porque suponemos que los otros saben lo que están haciendo, cuando en verdad resulta que no saben ni un carajo? Y aunque sepan, de vez en cuando todo el mundo se equivoca. En el caso de la señora Hercilia/Eneida fue un error, pero si yo no hubiera sido tan penosa ni tan confiada y me hubiera atrevido a preguntar, todos nos hubiéramos ahorrado ese contratiempo. Y es una lección que rescato ahora.

Confiamos en la edad, criterio, título o experiencia de terceros, lo cual está bien. Al fin y al cabo, no somos sabelotodo y debemos hacerlo. Pero si vemos algo que no nos gusta, está mal o no nos parece, ¡debemos hablar! Ya sean temas de salud con un médico, asuntos escolares en la educación de nuestros hijos, cuestiones financieras en el banco, de desempeño en el trabajo o cualquier otra categoría, hablen, pregunten, cuestionen, duden, quéjense, busquen otras opiniones, pero nunca se queden callados. Tal vez caigan mal, quizá los demás piensen que son unos necios. Pero es mejor pecar de desconfiados que estrellarse en la vida o terminar en Hato Pintado.

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Un comentario

  1. UYYYY POR ESO EN LA VIDA NO PODEMOS QUEDARNOS CALLADOS, HAY VECES QUE PERDEMOS MUCHAS OPORTUNIDADES QUE SE NOS VAN POR TEMOR A HABLAR Y COMO DICEN LAS OPORTUNIDADES SOLO SE VEN UNA VEZ, BUENA TARDE…..

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