Donde vive el mérito

Cuando estaba en la escuela me iba fatal en las materias que involucraban números, fórmulas y ecuaciones. Yo me aplicaba, pero mi cerebro no tenía (ni tiene a estas alturas) la facilidad de asimilar esos conceptos. Es como tratar de enseñarle francés a una iguana. Simplemente, me eludía.

Así que para entender física, álgebra y trigonometría tenía que poner extra atención en las clases, recurrir a profesores de apoyo para estudiar para los ejercicios, y reclutar la ayuda adicional de mi hermano mayor que sí es un genio en estos temas. Y con todo eso, pasaba raspando los bimestres.

Mientras tanto, había algunos dotados en mi salón que podían seguir la clase con una sola oreja. Les bastaba con repasar para sacar buenas notas en los exámenes y no andaban con la cantaleta de “Profe, no entendí, repita otra vez”.

No le voy a restar a los logros de nadie, pero si me preguntan, más mérito tiene quien obtenía notas regulares después de haberse sacado la mugre estudiando, que aquel que ganó un 100 porque nació con un don.

En la graduación, las medallas iban para aquellos con mayor índice académico. Por supuesto, esto es lo sensato, porque los números son una ciencia exacta y un promedio se puede medir, mientras que el esfuerzo es relativo e intangible.

No se confundan y vayan a pensar que en esta columna me voy a poner a repartir menciones y premios para los que hayan hecho el mayor esfuerzo. Solo quiero destacar un error común que cometemos: estamos acostumbrados a valorar lo que vemos por los resultados, no por el esfuerzo que hacen las personas.

A mis ojos vale más quien fracasa intentando que quien triunfa por inercia. Es más admirable quien levanta un negocio pequeño con las uñas, que quien recibe uno en bandeja de plata. Quien tropieza siguiendo sus sueños, que quien se sienta tranquilo a esperarlos, aunque tenga suerte y le lleguen.

Muchas veces nos dejamos deslumbrar por el que más tiene o quien más ha logrado, sin considerar que los resultados de cualquier cosa que hagamos no dependen enteramente de nosotros, por más que nos hayamos esmerado.

Así que, ¿dónde vive el mérito? En la dedicación, voluntad y entrega que le metemos a las cosas. En las horas de sueño que perdemos; en las millas recorridas en ese andar empinado. Y en el ánimo que preservamos a pesar de los obstáculos. Claro, los resultados son importantes, pero les comparto lo que siempre les repito a mis hijos: No quiero que me traigan 100. Solo les pido que hagan en todo su mejor esfuerzo.

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