El Baúl de los Recuerdos

Tengo un problema. Me cuesta deshacerme de las cosas. Y si tienen un valor sentimental, peor. Y para mí casi todo tiene un recuerdo especial. ¿Así que qué hago? Las voy guardando.

Cuando era adolescente, primero lo hacía en cajas de zapatos; después en cajas bonitas de cartón. Mi sueño era que me compraran uno de esos baúles de madera, con olor a cedro y corazones tallados. ¡Cómo le rogaba a mi mamá! Pero como nunca me lo compró, tuve que conformarme con un pinche tupperware de plástico gigante, de esos que venden en las ferreterías, y que aún tengo, lleno de chécheres y cosas de antaño (entre ellas, el famoso examen de física, en que me saqué un 5).

Tal vez la cosa no salió tan mal, porque no tengo hijas, así que la fantasía que tenía de abrir juntas el baúl, y compartir los recuerdos de mi infancia con ellas quedó descartada. No visualizo que a mis hijos varones les interese ver mis muñecas, ni que se presten para nada parecido.

Hoy en día ya no puedo guardar tantas cosas, porque soy más pragmática que antes, y porque mi casa se está quedando corta de espacio. Pero estas son algunas de las joyas que encontré en el baúl:

  • Un pedazo del papel de pared de mi cuarto, antes de que lo remodelaran a finales de los años 80.
  • Volantes de la Cruzada Civilista, instándonos a usar pito, paila y pañuelo, y a boicotear los negocios de los esbirros de Noriega.
  • Mi monchichi, otro vestigio de la fase de los muñecos tienen sentimientos. Lástima que no guardé uno de los múltiples conjuntitos de ropa que le ponía.
  • Una enorme cartulina amarillenta que dice con coloridas letras infantiles «¡Bienvenida Sarita!». No me acuerdo de dónde venía, ni cuándo, ni quién me recibió, pero me emociona ver que alguien me esperaba con suficiente alegría como para esmerarse en eso.
  • El birrete de mi graduación.
  • Un visor con filtro para ver el eclipse solar de 1991.
  • Una camiseta de Operación Causa Justa (aka La Invasión)
  • La primera edición del milenio de La Prensa, con noticias de la reversión del Canal en primera plana.
  • Un collar hecho de bolitas de papel aluminio. No me pregunten; no tengo ni idea qué es.
  • Montones de cartas. Wow, yo sí era diligente enviando y contestando mi correspondencia. Eso me acordó que había una época en que la gente se tomaba el tiempo y la molestia de comprar tarjetas, escribirlas, ponerles estampillas y mandarlas por correo. ¡Hoy en día a la gente le da pereza hasta contestar un chat!
  • Casetes de audio. Mato por ver qué contienen, pero no sé dónde encontrar una casetera que sirva en pleno año 2014.
  • Todos mis boletines escolares, desde primer grado hasta sexto año. Debería mostrárselos a mis hijos, a ver si se inspiran un poco para ser mejores estudiantes.

También encontré una piedra, que tampoco recuerdo su origen, lo que me puso a pensar. Es chistoso cómo vamos cambiando con el tiempo, y cosas materiales que un día representaron lo suficiente como para conservarlas para el futuro, llega un momento en que ya no significan nada…

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5 comentarios

  1. Que curioso que guardaras cosas como ese pedazo papel de pared, no es una tarjeta, ni foto, ni peluche que es lo que usualmente uno guarda, pero de seguro te traen por lejos más recuerdos que todas esas cosas juntas!

  2. Dentro de mi ajetreado día saqué unos minutos para leer esto y me regresó a mi infancia a mis recuerdo de sexto grado y justo antes de acabar el año escolar invadieron. Dios me dio la oportunidad de tener una hija y le voy a comprar su baúl de madera para que atesore todos sus recuerdos. Gracias!

    • ¡Muchas gracias por escribir, Rose!Leer comentarios como el suyo me calientan el corazón y me alegran el día.

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