AHORA TODO TIENE SENTIDO.

Tumbada sobre la alfombra celeste, suave como un peluche, veía a mi mamá alistarse. Las gavetas de su tocador eran un arsenal de tubos de colores, pociones mágicas, esponjas y algodones.

Yo, una niña de largas extremidades, cabello indomable y con suficiente relleno para compartir, me preguntaba si algún día llegaría a ser tan linda como ella.

A lo largo del tiempo ha habido diferentes tocadores, en distintas casas. Pero una constante ha sido El Espejo. Se trata de un espejo de mesa, usualmente con una superficie redonda, que gira y con doble cara. Al reverso tiene otro espejo con aumento. Mucho aumento.

De pequeña me daba risa verme en él. Acercaba mis ojos, sacaba mi lengua. Todo se veía 10 veces más grande.

Ya de adolescente, El Espejo era esa amiga sin filtro, que te escupe las verdades más odiosas, literalmente en tu cara. Era también un enigma.

“¡Mami! ¿Cuál es la necesidad de ver todos esos defectos que no percibe el ojo humano?”, la cuestionaba, mientras me escandalizaba con mis cejas que parecían la piel de un oso y poros que me recordaban un colador.

Sinceramente pensaba que mi mamá era masoquista. Hasta hace un año.

Ahora soy una adulta y también tengo un tocador. En una gaveta guardo chocolates. En otra, brochas y maquillajes. Encima descansa una bandeja con perfumes. También hay fotos, adornos y un poquito de desorden. Pero hasta hace poco, no había un espejo con aumento.

Al principio pensé que mis ojos recién despiertos aún no habían sacudido el sueño, y por eso me estaba costando hacerme un trazo decente con el delineador. ¿O es que no estaba viendo bien porque el día estaba gris y mi cuarto muy oscuro?

Al cabo de un tiempo, finalmente me tocó admitir que tal vez -dije TAL VEZ- necesitaba usar lentes. Pero, ¿como puedes maquillarte los ojos con lentes puestos?

Y en un momento de revelación, fui a la farmacia y compré mi espejo con 10x de aumento.