El GPS

La semana pasada descubrí otra prueba que Dios existe. Bueno, esta afirmación es un poco engañosa, porque creer en Dios es cuestión de fe, y la fe, por definición, es la confianza o creencia en alguien o algo, cuya veracidad no necesita ser demostrada.

Pero el otro día se me ocurrió algo, que puede sonar banal, pero a mí me hizo mucho sentido.

Estaba de viaje, manejando mi carro alquilado. Como mi sentido de dirección y orientación es fatal (si pudiera, usaría un mapa para llegar del cuarto al lobby del hotel), dependo en gran parte de mi confiable GPS Garmin para trasladarme efectivamente de un lado a otro. Eso sí, que nadie me hable mientras tanto, ¡porque no puedo hacer las dos cosas a la vez!
Entre «doble a la derecha en 300 pies» y «siga recto por 7 millas», llegué a la conclusión que Dios existe. La verdad eso es algo que nunca he dudado, pero a medida que transcurren los años, siento que uno se va tornando más incrédulo, y las cosas que uno aceptaba ciegamente de pequeño, comienzan a ser cuestionadas por nosotros mismos, dentro de nuestras cabezas. Por lo menos, eso es algo que a mí me pasa bastante.

La cosa es que estaba manejando, y me puse a pensar, ¿cuántas personas desorientadas están dependiendo en estos momentos del GPS? ¿1,000? ¿10,000? ¿Un millón? ¿Cómo puede ser que un aparato, chiquitito, que recibe la señal de un satélite en el espacio (cabe recalcar que un satélite creado por el hombre), pueda estar mandando información concreta y concisa, de forma personalizada, a tantas personas a la vez?

No estoy comparando a Dios con un GPS, pero si un aparato creado y programado por el hombre, que no puede ni pensar, ni sentir, ni nada, puede estar pendiente de todas las personas que lo necesitan y lo buscan, ¡indudablemente ese Ser Superior que nos creó puede hacer muchísimo más que eso!

Qué reconfortante es saber y sentir eso…

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