El inquilino

¿QUÉ HARÍAS TÚ CON ALGUIEN ASÍ?

Esta es la historia de un próspero vecindario. Un primoroso complejo residencial donde habitaban en armonía seres de distintas proveniencias, orígenes y motivaciones. A pesar de eso, la vida quiso que todos coincidieran morando en el mismo lugar.

El proyecto le pertenecía a una mujer que cuidaba de su propiedad con mucho celo. Solo alquilaba las viviendas -no las vendía-, aunque los buenos inquilinos eran bienvenidos a renovar su contrato las veces que quisieran. 

No cualquiera podía vivir allá, y la dueña decidía a quién recibía y a quién no. 

No es que ella fuera exquisita, lejos de eso. Pero deben saber que este desarrollo era su vida entera y por eso procuraba que los inquilinos cuidaran sus unidades, fueran respetuosos con ella, corteses con los demás, siguieran el reglamento, y tuvieran valores que fueran conducentes a mantener el ambiente de bienestar que aspiraba para beneficio de todos. 

Si algo se dañaba, hacía lo posible para repararlo en cuanto antes. Y las flores, una de sus pasiones, adornaban las áreas comunes y veredas. En serio que este era un vecindario primoroso.

De vez en cuando aparecía un residente que ponía su música a todo volumen, o aquel cuyo perro se comía las matas del vecino de al lado. Pero estas situaciones eran fáciles de resolver, y la señora Begonia lograba que su residencial mantuviera el estándar que buscaba. 

Hasta que un día llegó un inquilino nuevo. Atraído por las cualidades de este bello proyecto, su intención era quedarse un tiempo, y luego ver qué pasaba.

En un principio todo iba bien, y aunque era un ser reservado, parecía haberse adaptado bien a su actual entorno. Pero al cabo de unos meses, empezaron a surgir desavenencias, primero discretas como un goteo, y luego tórridas como un manantial.

Un día dejó su carro mal estacionado, alegando que estaba apurado. Por las noches se ponía a reacomodar muebles. Si bien saludaba a todos con cortesía, luego se dieron cuenta que era solo por hipocresía. Al poco tiempo comenzó a atrasarse con el pago del alquiler, y encima de todo, empezó a tocar el trombón.

La señora Begonia estaba vacilante; no sabía qué hacer. Si bien no era la primera vez que se enfrentaba a inquilinos molestos, había algo en este que la desarmaba.

Con su inacción, los problemas se suscitaron. Los demás vecinos empezaron a quejarse, y hubo uno que otro que vio en esta situación una señal para relajarse en su propia conducta. El vecindario se vio afectado: algunos estaban molestos, otros decepcionados, a algunos incluso se les afectó el sueño, y todos se amargaron.

Lo más asombroso para la señora Begonia fue descubrir que este inquilino le había estado pagando con cheques sin fondo y que tenía su espacio destrampado. Ella finalmente reaccionó, le dio una carta de desalojo y le cerró la puerta en su cara. El vecindario, llamado La Mente, volvió a prosperar. 

En los resquicios de nuestro ser, todos tenemos –o hemos tenido- un inquilino que no paga alquiler. Se acomoda a sus anchas en nuestro consciencia, tomando todo, y generando caos. Estos peregrinos suelen vestirse de una preocupación, recuerdo, molestia o fantasma.

Si la mente es donde anida nuestro bienestar, abrámosle la puerta solo a aquellos que ingresan para aportar. A los demás, adiós y no gracias.

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