El ‘sponge cake’ de mi mamá

En nuestro día a día vivimos cosas que, por encimita, parecen fragmentos inconsecuentes de la cotidianidad. Hasta que te das cuenta de que pueden ser lecciones de vida.

Recuerdo los postres que hacía mi mamá cuando mis hermanos y yo éramos pequeños. Estaba su savoyard de galletas María trituradas y congeladas en un molde con chocolate derretido. Sus galletas sablé también eran una delicia. Armaba un emparedado de dos galletas con jalea de albaricoque en el medio, y la de arriba (que tenía un agujero en el centro) iba espolvoreada con azúcar en polvo.

Estos dos dulces requerían pericia y me encantaban.

Pero por otro lado estaba el sponge cake, que también tenía su técnica, pero yo no le hallaba la gracia. Digo, sabía bien, pero no siento que merecía todo el minucioso esfuerzo que involucraba hacer un bizcocho glorificado.

Les explico un poco: este dulce lleva harina, azúcar y huevos bien batidos, pero con las claras y yemas separadas, para lograr una consistencia esponjosa. No podía haber ni una gota de la una en la otra.

También entraba en juego el factor de la temperatura de los huevos, que no recuerdo bien si era fría o al tiempo, pero era importante que fuera así.

Hoy en día veo que sirven sponge cake en todos lados y parece que fuera facilito de hacer, pero el de mi mamá era complicado. Bien complicado.

Como les mencioné, todo este trabajo era para obtener un dulce que le hiciera honor a su nombre y fuera verdaderamente esponjoso. De lo contrario, sería como llamarte Alegría y ser una amargada.

Después de toda la preparación, venía la parte crucial: la horneada. Casi puedo ver mi versión de nueve años de edad, pegando la cara en el horno General Electric, tratando de robar una mirada al postre que crecía adentro.

En esa fase, mi mamá siempre, siempre, SIEMPRE hacía mucho énfasis en que nadie osara abrir el horno antes de tiempo. Transgredir esto hacía que le entrara aire y el cake dejara de ser esponjoso. El sabor no cambiaba, pero SÍ su bendita consistencia.

De vez en cuando recuerdo mucho ese sponge cake.

Cuando me frustro tratando de lograr algo que no se está dando, tomo nota de no dejar que entre aire al horno y darle chance de que se cocine a su tiempo.

De igual forma, cuando anticipo emocionada el resultado final de un proyecto en el que he trabajado con ilusión, y casi puedo olerlo, me sacudo para volver a la realidad. Las cosas llevan su tiempo, y contrario a Netflix, no hay un botón de fast forward que puedas oprimir para acelerar. Tampoco puedes ahorrar tiempo subiéndole la temperatura.

Hasta en cosas más mundanas aparece el mentado sponge cake, como hace unas semanas en que decidí aclararme el cabello y me demoró seis horas en el salón de belleza lograr el resultado deseado.

En fin, hay que confiar en los procesos. Hacer el paso a paso y luego tener paciencia para sentarse a esperar.

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