El valor oculto de las cosas

Un día, hace más de 10 años, compré unos aretes que me parecieron hermosos. Los vi en una joyería y decidí que debía tenerlos. Aunque su precio no era elevado, en ese momento yo no estaba para hacer ese gasto, así que hice varios pagos para hacerlos míos. Eran unos aretes de chandelier, estilo vintage, con enamel negro, brillantitos y una perla de aguadulce pequeña que le guindaba de cada uno de sus 3 brazos.

Cuando eran nuevos, los usaba todos los días. No eran ostentosos ni muy sencillos, así que iban con todo. Pero como pasa a menudo en la vida, a medida que transcurrió el tiempo, ya no me parecían tan novedosos, pasó la emoción de estrenar algo nuevo y poco a poco fueron cayendo en desuso. Con el paso de los años fui adquiriendo piezas más lindas y especiales, hasta que estos quedaron rezagados en una gavetita en mi tocador.

Muchas veces he contemplado qué hacer con ellos. ¿Los vendo? ¿Hago trade in? ¿Los regalo? Pero siguen ahí, en el mismo compartimiento. ¿Saben por qué? Porque sé lo que valen. Tal vez no sean los aretes más caros, los más hermosos, ni los más sofisticados. Pero hubo una época en que me parecían tan especiales, que hice un esfuerzo para poder tenerlos. Ahora ya me parecen unos aretitos del montón, pero hubo un tiempo en que los exhibía feliz guindando de mis orejas, pensando afortunada yo de tenerlos en mi posesión.

Sé que aunque ahora no los use, tienen un valor, sino monetario, por lo menos sentimental. No los vendo porque extrañaré verlos en mi gaveta, y no los regaló, porque me conozco y sé que me arderá vérselos puesto a otra.

Pues así es la vida. Muchas veces no valoramos las joyas en nuestras vidas hasta que ya no las tenemos, y si las perdemos, es muy tarde para dar vuelta atrás.

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