el café con teclas
Emisaria del peor final
EN TIEMPOS DE GUERRA, ES UNA MALDICIÓN QUE TOQUEN LA PUERTA DE TU CASA.
La visita de tres oficiales uniformados del ejército israelí solo puede significar una cosa: que una familia ha sido destruida irreparablemente.
Por 17 años Michal Herchcovieis ha sido parte de estas comitivas encomendadas con la la desafortunada responsabilidad de informar a los familiares de soldados caídos. Estas son sus vivencias.
Solo tres líneas
Los oficiales ya saben que, apenas les abran la puerta, el que esté al frente debe meter un pie dentro de la casa, porque la primera cosa que hará el padre, su reacción natural cuando los vea, será cerrarles la puerta en la cara.
“Tuvimos una familia con la que permanecimos afuera por horas”, relata Michal. “La mamá estaba adentro de la casa llorando y llorando. Estaba sola y no nos abrió de vuelta. En cuestión de minutos el pasillo se llenó con los vecinos del edificio que escucharon lo que sucedía y salieron de sus casas. Y no podíamos hacer nada, más que preguntar si alguien tenía copia de la llave, para tratar de entrar”.
El protocolo es sencillo, aunque devastador. Una vez adentro, leen de un papel. “Son solo tres líneas”, detalla Michal. “Hola, ¿eres el padre de tal y tal? Se dice el nombre del soldado, le informamos que su hijo está muerto y decimos dónde ocurrió el hecho”. No usan ninguna otra palabra que no sea ‘muerto’’. No hay manera de aminorar el dolor infinito de esta noticia, tampoco es momento de utilizar eufemismos.
A veces Michal llega a una casa, y escucha las risas que emanan de adentro. Espera algunos minutos, a veces tan solo segundos, antes de tocar la puerta. Sabe que después de que lo haga, la vida de sus habitantes no volverá a ser la misma.
Después de ese punto, se quedan en la casa hasta que culmine la shivá, o semana de duelo. Coordinan el funeral, que según la tradición judía debe ser lo antes posible, y se quedan junto a la familia, dándoles todo el apoyo que puedan y contención. Cuando los oficiales se retiran, al cabo de la semana, hay una despedida muy emotiva. Por un lado, estas personas fueron las responsables de compartirles la peor noticia; por otro, estuvieron con ellos en el momento más duro de sus vidas.
Un grito desesperado
Si esta tarea es difícil cualquier día del año, fue imposible los días posteriores al 7 de octubre.
Aquella mañana, muy temprano, uno de sus ex comandantes de Michal le envió por Whatsapp la imagen de un tanque israelí quemándose y varios terroristas sacando con violencia al piloto del mismo, un joven soldado que posteriormente fue asesinado y decapitado. Así fue que se enteró de la masacre que estaba en proceso.
Poco después se reportó a su base. El ambiente era de confusión y caos. “Creo que las imágenes de los terroristas que vimos en la televisión, las vimos por primera vez junto al resto de la población”, reconoce Michal.
Al rato, una madre llegó a su base, gritando con tal desesperación, que Michal aún puede escucharla. “¡Ayúdenme! Esto es lo que alguien le está haciendo a mi hijo”, clamaba, agitando su celular.
Una de las técnicas que los terroristas usaron ese trágico día fue tomar el teléfono de sus víctimas, abrirlo con el rostro o su dedo, y grabar cómo lo mataban. Luego entraban al Whatsapp y buscaban “Ima”, -mamá, y le enviaban la filmación.
“Imagínate que eres la madre de un soldado en Israel, te llega un mensaje de tu hijo, y cuando lo abres, ves cómo está siendo asesinado”, narra Michal. “Los terroristas abusaron los cuerpos de una forma que no pensábamos que veríamos en nuestra vida. Y eso es lo que vio esta madre. Aunque su hijo no servía en mi base, es la que le quedaba más cerca a ella. Tratamos de ayudarla, pero no había nada que pudiéramos hacer”. Después de cuatro, cinco horas, se fue a su casa. Le demoró al ejército cuatro días poder ir a darle la notificación oficial. Para ese entonces, la señora no quiso verlos, ni recibirlos. “Los necesitaba entonces y no me pudieron ayudar”, les contestó. Ya era muy tarde.
Después del 7 de octubre
La cantidad de fatalidades era tan alta, que el ejército tuvo que llamar a todos los oficiales que en algún momento de los últimos 25 años estuvieron en el departamento de notificaciones. Necesitaban toda la ayuda posible para la trágica faena. Las víctimas debían ser ubicadas, retiradas, identificadas. ¿Lo mataron en su base, en su casa o estaba en el festival? La cifra era abrumadora. “Nos tomó mucho tiempo procesar la información, y luego empezamos una jornada única de notificaciones a las familias”.
El ejército tiene un sistema sofisticado y una base de datos minuciosa. “No solo encuentra la dirección del soldado, sino que puede decirte si sus padres están casados o divorciados, dónde está cada uno de ellos, si están en el país o en otro lado”, detalla Michal. El 7 de octubre fue un festivo en el calendario hebreo, por lo que muchas personas estaban en el exterior. “Una de las familias de las que estuve encargada, los padres estaban en París” relata. “Llamamos al ataché del ejército en París y le dimos la ubicación del hotel. Imagínate que estás de vacaciones en París, y un uniformado israelí aparece en tu hotel, y justo cuando está por tocar la puerta, abres en vestido de baño, porque te disponías a ir a la piscina…”.
En otra instancia, les tocó informarle a los familiares de un soldado druso del norte. La madre es una profesora en una escuela en la aldea drusa de Beit Jann. “Le pedimos al director que la llamara a su oficina. Me estremezco de solo recordar que, desde el segundo que llegamos a la escuela, cada madre o padre que tiene un hijo en el ejército, sintió el temor de si esa visita era para él”. Y fue ahí, en la oficina del director, que el mundo de esta madre se le vino abajo.
La realidad es que no hay tiempo que perder. “Tienes que ganarle a los rumores, tienes que ganarle a los medios, y tienes que derrotar a Whatsapp”, explica Michal. “Nos ha pasado que a veces los amigos llaman a los padres, sin saber que aún no han sido notificados”.
En esos primeros días, hubo familias que abandonaron sus casas. No por la amenaza de un ataque: simplemente no querían estar. “No querían ser encontrados; le estaban huyendo a la notificación”.
Hay un límite a cuánto dolor un padre o una esposa puede tolerar. Los oficiales no están exentos a las secuelas.
“Una oficial tuvo lo que en hebreo decimos haleva shabu, -su corazón se le rompió” relata Michal. “No es un ataque al corazón; en realidad es que se rompe de tristeza. Le hicieron varias cirugías de corazón abierto y estuvo en una situación crítica durante mucho tiempo, hasta que la salvaron. Pero es para mostrarte lo difícil que es ir de una familia a otra, dando esta noticia”.
Contar para sanar
La abuela de Michal fue la única de su familia en sobrevivir el Holocausto. Tenía solo ocho años. El abuelo también se salvó. Llegó a Israel en barco y ese mismo día se enlistó. A lo largo de los años, toda la familia ha servido en el ejército.
“Yo pensaba que nadie nos podía hacer daño. Pensaba que algo como el Holocausto nunca sucedería de nuevo” reflexiona. Y para ella, al igual que muchos otros israelíes, eso es algo que el 7 de octubre cambió. “Las imágenes que vimos y las cosas horribles que nos hicieron, rompió algo dentro de nosotros. Dentro de todos nosotros”.
Sanar es un proceso que aún no ha empezado.
“Por eso estamos acá”, explica de su visita a Panamá. “Para contarlo en alto a todo el que esté dispuesto a escuchar. Lo que le sucedió a los civiles, a los soldados, a nuestros secuestrados. Tal vez es parte del proceso de sanar”.
Recobrar la confianza en la humanidad tomará tiempo. Pero ella también está segura de que algún día, bailarán de nuevo.
Me encanta leer tus artículos,llegan al corazón,son redactados de manera tan amena,no dejo de leerlos,éxitos